Unas 200 personas hacen fila en una calle de Caracas para recolectar agua de un viejo hidrante. Muchos cubren sus rostros con tapabocas caseros, buscando prevenir la COVID-19 que llega a una Venezuela golpeada por la escasez de agua y combustible. Eva, una jubilada de 62 años, que sale con mascarilla y guantes de hule, aguarda su turno para cargar agua.
«Estamos dispuestos a respetar la cuarentena, pero ¿cómo la respetamos si diariamente tenemos que buscar agua tres y cuatro veces? No quiero salir de mi casa, pero ¿cómo hacemos?», se pregunta Eva, que logra transportar 10 litros en cada ida. Una mujer llena los envases por orden de llegada con una manguera que sostiene manualmente al hidrante de bomberos. Algunos se resienten por la espera bajo el sol. Desde hace cinco años en la zona, ubicada a pocas cuadras del palacio presidencial de Miraflores, comenzó a fallar el suministro luego de construirse nuevas edificaciones.
A Eva le llega agua una hora a la semana, con suerte. En su casa han extremado medidas para evadir al nuevo coronavirus que suma 129 contagios y tres muertes en Venezuela. Para cumplir la recomendación de lavarse las manos -reiterada en la televisión gubernamental- bajan más veces a buscar agua. Como una estrategia para «cortar la cadena de contagio» el gobierno del presidente Nicolás Maduro suspendió vuelos y decretó cuarentena a mediados de marzo. «Quédate en casa» es el eslogan oficial.
Cuarentena indefinida
Uniformados bloquean los accesos a la autopista más grande de la capital. «Quédese en casa», recomienda un policía en una de las alcabalas de control, mientras pregunta a cada conductor hacia dónde va. En el acomodado este de Caracas, un sacerdote, usando un altoparlante, ora desde una patrulla en marcha en el segundo domingo de una cuarentena sin fin a la vista.
«No puedo mentirle al pueblo», manifestó Nicolás Maduro al pedir a los venezolanos prepararse «psicológicamente» y «espiritualmente» para soportarla. Obligados a ir contra la exigencia oficial, muchos caminan por calles desoladas con envases vacíos buscando agua, cuya escasez afecta a un 60% de la población, según varias ONG.
En Caracas, hasta hace poco exenta de la merma de combustible en el país con las mayores reservas de crudo del mundo, varias gasolineras están cerradas. Otras son rodeadas por extensas hileras de vehículos. Opositores atribuyen el colapso de la vital industria petrolera a la corrupción e impericia, mientras que el gobierno socialista la achaca a sanciones de Estados Unidos que obligaron recientemente a la petrolera estatal rusa Rosneft a cesar actividades en Venezuela.
Médicos al hospital en bicicleta
Tras la cuarentena, la nafta, importada ahora desde lugares tan remotos como la India y prácticamente regalada en Venezuela, es reservada a sectores esenciales. Camilo Reyes, urólogo en unos de los hospitales más grandes de Maracaibo, capital de Zulia (oeste), denuncia que militares y policías monopolizan el abastecimiento. Por ello, les ha tocado ingeniárselas para cumplir las guardias. Camilo se turna con sus compañeros, y el que tenga más combustible pasa recogiendo a los demás.
«La última vez que intenté echar gasolina junto a mis colegas un guardia nacional nos dijo que no éramos personal vital, que éramos unos simples médicos». La crisis del nuevo coronavirus disparó el mercado negro y 20 litros de gasolina se venden hasta en 70 dólares, cuatro veces el sueldo mensual de un médico especialista. «Estamos de manos atadas. Una compañera se fue al hospital en bicicleta para atender una emergencia», relata Camilo que viene de pasar la noche sin electricidad, otro drama recrudecido desde hace un año en el interior del país.
«Cuarentena con hambre»
Las «marañas» (trabajos ocasionales) que conseguía Rigoberto Gadea, soldador de 59 años, están paralizadas desde que llegó la pandemia. Dice vivir «una cuarentena con hambre». «La cuarentena está bien, pero ¿dónde está la comida que ofreció el gobierno?», reclama Rigoberto, que evita desayunar para rendir el dinero enviado por sus hijos que emigraron, al igual que otros 4,9 millones de venezolanos desde finales de 2015.
Afirma que a su casa en Maracaibo los alimentos subsidiados que entrega el gobierno desde 2016 a familias pobres con el programa CLAP llegan una vez por año y no cada mes, como sí ocurre en barrios de Caracas como el de Eva. Sin embargo, con una familia de cuatro personas, tres kilos de lentejas y dos de pasta, solo le duran una semana a Eva, que debe salir a buscar eventualmente «un kilo» de lo que pueda pagar. «¿Quién puede comprar comida para un mes y encerrarse en la casa?», se pregunta Rigoberto, víctima de la bestial inflación. «De mentiras no se vive», suspira.
Estrella Digital