Estamos a tan sólo veinticuatro horas del «día D», o de la jornada electoral en Estados Unidos, y todo apunta a que Barack Obama tiene al alcance de su mano el Despacho Oval de la Casa Blanca, donde dormita y ruge en su despedida el que posiblemente haya sido el peor presidente norteamericano de la historia, George W. Bush, y donde están acumulados un montón de grandes problemas que afectan a la gran nación americana, empezando por la recesión, pero que también interesan y condicionan los problemas que de la crisis americana se han proyectado sobre el resto de naciones del planeta.
Por lo que está claro que la jornada electoral que se aproxima nos interesa a todos. Y también a los españoles, aunque sólo sea para restañar las heridas abiertas en la relación con Estados Unidos, como las que ponen en solfa la posible presencia de España en la cumbre financiera de Washington del próximo día 15, y a la que no está invitado Zapatero por diversas razones y en especial por haber confundido a Bush con la bandera americana y con la propia superpotencia, a la que quiso ningunear, al negarse a pactar con las autoridades norteamericanas la retirada razonable de las tropas que España había desplegado en Iraq (éstas sí con autorización de la ONU).
En realidad, Zapatero actuó frente a Washington con la misma ligereza que lo hizo en nuestro país o en otros asuntos de trascendencia que ahora ha tenido que rectificar. Empezando por la negativa de la crisis económica, o con el Estatuto catalán, la negociación con ETA, la inmigración, la política de trasvases, el regreso a la Guerra Civil, etcétera. Y pensará Zapatero que con Obama será coser y cantar, pero su número dos, Biden, ya advirtió que España no fue un aliado leal con USA en Iraq, lo que obligará a Zapatero a hacer nuevas concesiones para normalizar las relaciones con Washington. Por ejemplo, el cese de Moratinos (lo que sería una bendición para España) y enviar más tropas a Afganistán, lo que sería un pésima noticia.
Y ya veremos si, finalmente, España asiste a la deseada sesión de apertura de la cumbre financiera de Washington después del penoso espectáculo que ha protagonizado nuestro presidente Zapatero implorando un sillón, aunque sea uno prestado de Francia, posibilidad que aún se baraja y que sería peor que la de no asistir. Más le valía al presidente español haberse anticipado y arreglar los problemas de las nacionalizaciones de Argentina, primero de los fondos de pensiones y después de Aerolíneas Argentinas que ya están al caer, o impedir la expulsión de Repsol de Ecuador, lo que se nos antoja más que imposible vista la firmeza del presidente Correa. Y mucho cuidado con que el ejemplo no prolifere en otros países iberoamericanos. Naciones donde el lloriqueo de Zapatero para conseguir una invitación en la Cumbre de Washington dejó una pobre imagen de nuestro país, frente a otros como Brasil, Argentina y México que sí estarán en la capital americana.
Ahora los esfuerzos diplomáticos se orientan en dos frentes: por un lado, el insistir en la idea de que fue la Unión Europea y no Estados Unidos la que propuso la cumbre, exigiendo por ello a Sarkozy que nos cuele en esta reunión, aunque sea de tapadillo; y por otra parte, recurrir a Obama si éste resulta elegido para que interfiera en la presidencia de Bush y le pida una invitación para España, lo que podría ser aún más contraproducente y una intromisión en el proceso legal del traspaso de poderes en América. Lo que está claro es que si el senador McCain, por un milagro de última hora, logra ganar la carrera presidencial en la última curva -como Hamilton en Brasil el Campeonato del Mundo de Fórmula 1-, entonces Zapatero no sólo no iría a la cumbre sino que volvería a tener nuevos problemas con Washington.
Como los acabará teniendo con Europa, por su excesiva dependencia del conservador Sarkozy, lo que le creará conflictos con Merkel y Brown, a sumar a los que ya tiene con Berlusconi. De manera que, después de una descarada y conflictiva ausencia de la escena internacional, a Zapatero le toca ahora intentar una nueva etapa diplomática en la que, sin duda, una victoria de Obama le podrá ayudar. Aunque no tanto como él espera pero sí suficientemente como para llevar la que sería su primera visita a la Casa Blanca a su política de propaganda, que es la que mejor le ha funcionado desde que llegó al poder. Con el deseo, esperamos, de provocar un vuelco en su inexistente y caótica política exterior, lo que resulta difícil de creer y de llevar a cabo mientras Moratinos siga de ministro de Asuntos Exteriores. Y esa cabeza de Moratinos es a lo mejor el precio que Zapatero deberá pagar para rehacer sus relaciones con Estados Unidos, y si consigue captar a un ministro de prestigio -por ejemplo con Javier Solana-, a lo mejor logra también recuperar un cierto peso en Europa y en el resto de la gran escena internacional.
Pablo Sebastián