La inestabilidad política tailandesa habría merecido la indiferencia del resto del mundo de no haber alcanzado como un tsunami, en la topografía de su desarrollo, el normal funcionamiento de los aeropuertos de Bangkok, la capital del país. Miles de turistas se encuentran, como en un cepo, dentro de la dinámica de un conflicto político y social que dura ya seis meses y mantiene en vilo el equilibrio de las instituciones, incluido el peso de la Corona, especialmente en lo que toca a la relación entre el mundo de la política, con sus fueros restablecidos después de la dictadura militar, y el mundo de las FFAA, atrapadas a su vez entre el imperativo de preservar el orden y la necesidad de no llevar esta misión más allá de la raya donde empiezan las libertades de expresión y manifestación.
De no ser por la resonancia de la frustración de miles de turistas -muchos de ellos españoles-, el mundo en general se mostraría indiferente y ajeno al laberinto político de los tailandeses, emplazados en un ir y venir de disensos profundos entre las dos grandes agrupaciones políticas y los ciclos turnantes de los gobiernos democráticos y los gabinetes militares, y todo, además, girando en torno a un eje nacional significado por la Corona, cuyo arbitraje de fondo lo realiza, conforme el ritmo de las circunstancias, moviendo los hilos y los tiempos de los pronunciamientos castrenses.
La Alianza del Pueblo para la Democracia (APD), conglomerado de clubes, asociaciones profesionales y círculos de intelectuales, aglutina a todos los componentes de la oposición, empeñada con tenacidades desconocidas dentro de Occidente, en derribar al actual Gobierno, al que acusa de corrupción y de ser poco más que un títere de su anterior responsable, sostiene desde hace seis meses movilizaciones de todo tipo. Pero han sido estas últimas, que llevan a la ocupación de los aeropuertos de la capital, incluidas las dependencias de los controladores aéreos -con la consiguiente interrupción del tráfico y las masas de turistas atrapados en las terminales- lo que ha llevado el conflicto a un punto crítico.
Tanta es la saturación del conflicto, que ha llevado a que el jefe del Ejército, en lo que se ha calificado de «golpe blando», pidiera la dimisión del actual Gobierno, la disolución del Parlamento y la inmediata convocatoria de elecciones. Pero la petición ha sido rechazada por el primer ministro, Somchai Wongsawat, nada más pisar tierra tailandesa al regreso de su viaje a Lima, donde ha participado en la Cumbre Asia-Pacífico. Y ha rechazado Wongsawat la petición militar pese a que la situación en Tailandia llega al extremo de que el avión en que regresaba no haya podido tomar tierra en ninguno de los aeropuertos de Bangkok.
Por todo ello, la situación parece tan problemática e insostenible que puede ser cosa de horas el que los militares den un paso al frente, disuelvan el Parlamento, convoquen las elecciones y sean ellos mismos quienes formen un Gobierno técnico, de pura gestión, que restablezca el orden, prepare y convoque las elecciones, para de seguido, a urnas pasadas, regresar a los cuarteles. Desde una situación caótica como la tailandesa ¿cabe llamar «golpe de Estado» a un arbitraje militar así?
José Javaloyes