Este fin de semana en el Santander contabilizarán las órdenes de suscripción de la ampliación de capital lanzada a principios de mes para sorpresa de tirios y troyanos y verán que han llegado a la meta, que están sobrados. Botín, en una de esas decisiones fulminantes, prefirió reclamar al mercado capital fresco: 7.000 millones de euros con los que reforzar el capital básico del grupo. Y ha levantado ese dinero.
Mientras otros grandes bancos se refugian en el dinero público (caro en lo económico y exigente en lo político) o en el de grandes inversores, fondos soberanos o fondos con liquidez (caro en lo económico y exigente en lo financiero), el banquero de Santander apeló a la confianza de sus propios accionistas y clientes. Lo ha conseguido, no será una operación brillante, no le han quitado el papel de la mano, pero éstos no son tiempos para la euforia, más bien para resistir y cumplir.
El Banco Santander es hoy más fuerte que hace un mes y no ha asumido más hipoteca que el compromiso moral con sus accionistas de darles alguna alegría tangible en el medio plazo.
La cotización del derecho de suscripción fue a menos los primeros diez días, los sesenta céntimos del primer día que suponían comprar las nuevas acciones a 7 euros cayeron en pocos días a diez céntimos (5€ acción), para rematar ahora a 36 céntimos (6€ por título).
Ningún otro banco ha osado recurrir a sus propios accionistas y al mercado minorista, lo cual significará un cierto respeto al primer banco español, capaz de asumir unos riesgos y de llevar a puerto operaciones complicadas.
En cualquier caso, el libro del sector financiero global está aún por escribir los capítulos de este periodo asombroso en el que ocurre lo que nunca nadie imaginó. O ¿alguien predijo que la banca de inversión iba a desaparecer del mapa?
Fernando González Urbaneja