El problema ruso tiene una larga historia. Ahora la oferta de Lukoil para comprar el 29% de Repsol ha devuelto, o debe devolver, el problema ruso a los títulos españoles.
Primero se tiene que corregir un malentendido importante: que en Rusia existen grandes empresas privadas e independientes como en España u otros países occidentales. Es decir, que hay una diferencia metafísica entre una empresa privada como Lukoil y una empresa pública como Gazprom. El mismo error se ha cometido con las empresas chinas. BBVA, por ejemplo, sigue convencido que, con su inversión en Citic Bank, ha invertido en el filial financiero de una corporación privada (Citic) que toma sus decisiones por razones comerciales. De hecho, Citic es un brazo del Gobierno chino, que toma sus decisiones (comprar yacimientos petroleros en Kazajistán, invertir en yacimientos petroleros en Sudán y Chad) según las necesidades estratégicas establecidas por el Gobierno. Igual con Rusia. La evidencia de que Lukoil sigue las órdenes del Kremlin es que su jefe, Alekperov, sigue en libertad en Rusia. Cualquier oligarca que ha mostrado independencia de Putin o bien está en la cárcel o bien vive en exilio (y en miedo) en el exterior.
Una clave del problema ruso en su versión moderna es la decisión del Gobierno de Putín de buscar enfrentamiento con el Oeste. La decisión es estratégica. La decisión no tiene que ver tanto con el contenido de cada enfrentamiento, sino con el valor del propio enfrentamiento. Analizando los años en el poder de Yeltsin, Putin y sus asesores concluyeron que si Rusia intentase colaborar con el Oeste, el Oeste le trataría con desprecio -solo mediante el enfrentamiento Rusia podría ganar respeto y consideración por sus intereses. Por eso hemos visto a los rusos buscar enfrentamientos sobre Kosovo o el escudo de misiles. No es que no haya acuerdos entre Moscú y el Oeste sobre estos temas, sino que en vez de intentar negociar, los rusos han pasado directamente al enfrentamiento.
La política de enfrentamiento es discriminatoria: Rusia no busca enfrentamiento con todos. Sobre todo, no lo busca con todos los europeos. Aunque no tenga ningún problema en asesinar disidentes en Londres o provocar a los polacos o checos, al mismo tiempo aprovecha su dependencia energética para mantener mejores relaciones con países como Alemania, Italia o, cada día más, España. La consecuente falta de unidad entre los europeos, y la consecuente imposibilidad de una política común hacia Rusia, es importante por la segunda clave del problema ruso: el intento de enmendar las fronteras de Rusia.
En un eco siniestro de la geoestrategia alemana de los años 30, el Gobierno de Putin insiste cada día más en un pueblo ruso reunido en torno a un Estado ruso. Ya hemos visto el primer paso, cuando Rusia, con éxito, apartó a Abjasia y Osetia del Sur de Georgia. El próximo paso será el estatus de Crimea en Ucrania. El 90% de la población de Crimea habla ruso y se ve ruso. Crimea se unió a Ucrania en la década de 1950 por decisión de Kruschev (él mismo ucranio). El Gobierno de Putin está patrocinando todo tipo de organización cultural y nacionalista rusa en Crimea. Y hay llamadas para un referéndum sobre el futuro del territorio -no cabe ninguna duda sobre el resultado de tal referéndum-. La crisis económica que va a sufrir Rusia por las caídas en los precios globales de petróleo y gas puede provocar una reacción nacionalista por parte del Gobierno que, a su tiempo, acelerará la confrontación con Ucrania.
Con sus divisiones internas, la UE no está en condiciones para afrentar un conflicto con Moscú sobre Ucrania. Hay muchos que no lo ven importante, que piensan como una vez pensaba el primer ministro británico Chamberlain de Checoslovaquia, que Ucrania es «un país muy lejano del que sabemos poco». Pero Ucrania sólo es el próximo paso, no el último. Si Moscú gana en Crimea su mirada entonces se dirigirá hacia las repúblicas bálticas. Todas las republicas bálticas (Lituania, Estonia y Letonia) tienen minorías importantes rusas. Ya han sufrido presión rusa. También son miembros de la Unión Europea. Si Moscú aprovecha las minorías rusas para desestabilizar estos países, no los podemos llamar ni lejanos ni poco conocidos. Son nuestros socios y tenemos compromisos.
Uno de los grandes desafíos geoestratégicos de los próximos años va a ser cómo tratar a Rusia, dónde se van a dibujar las líneas rojas que limiten las ambiciones geopolíticas de Putin y sus asesores. La medida en que empresas rusas, sean oficialmente públicas o privadas, pueden entrar en sectores estratégicos europeos va a decidir el papel que la UE va a poder desempeñar para dibujar estas líneas rojas.
Shaun Riordan