La sanguinaria ofensiva en Bombay del terrorismo islámico contra los hoteles en que suelen hospedarse los occidentales cuando visitan la capital económica de la India compone algo más que sólo un capítulo añadido en la dilatada secuencia de estos ataques. La cuantía de las 125 víctimas mortales y el muy elevado número de heridos hace recordar lo ocurrido en Madrid el 11 de marzo del 2004, en vísperas de las elecciones que abrieron el regreso del PSOE al poder con el apoyo de los nacionalistas.
Pero además de evocar el 11-M, estos ataques terroristas en Bombay, como otros en distintas ciudades indias, nos hacen recordar que la partición de la India a la que el Reino Unido concedió la independencia, aun siendo tal desglose de soberanías una inteligente concesión a la realidad de los hechos (una India hinduista y budista, en cuyo seno prevaleció siempre la convivencia, frente a la India mayoritariamente musulmana localizada al Oeste y al Este) no resultó suficiente para resolver los enfrentamientos entre una y otra fracciones indostánicas expresadas inicialmente en dos Estados -India y Pakistán- y resueltas finalmente en tres: India, Pakistán y Bangladesh. Desde las guerras de Cachemira en adelante, entre indios y pakistaníes, no se cerró jamás el foso de las tensiones. Y éstas no volvieron nunca a los desenlaces bélicos por el hecho de que los dos Estados alcanzaron la condición de potencia nuclear.
Pero la disuasión recíproca por la compartida posesión de las armas atómicas dio paso a su vez, como un sistema de drenaje para el fanatismo del extremismo musulmán, a las acciones terroristas surgidas de éste en su diabólica proliferación, ya que en unas ocasiones cundía desde Pakistán contra la India, con la colaboración de los servicios secretos, y otras, desde el mismo origen, contra el propio Estado paquistaní, confesionalmente musulmán. Tal como ocurre actualmente, bien con magnicidios como el perpetrado contra Benazir Butho o -de interno consumo islámico- contra las mezquitas chiíes.
En esta ocasión de ahora, con los ataques en Bombay, que se atribuyen los Deccan Muyaidin, rúbrica terrorista nueva, puede que su origen territorial no sea el de las propias minorías musulmanas de la India, sino del antiguo Pakistán de los bengalíes, vistos los rasgos faciales de algunos de los terroristas capturados por las fuerzas de orden indias. Era una falsa unidad lo que descolonizó el Imperio Británico recién acabada la II Guerra Mundial. Pasado el medio siglo de la ocasión aquella, la diversidad de almas y culturas encerradas en tal caja de Pandora que era la India de Kipling, ha fermentado hasta límites explosivos como los comenzados en Bombay la noche del pasado miércoles y que continuaban hasta la tarde de ayer, cuando uno de los grandes hoteles asaltados por los islamistas en busca de occidentales era el teatro de la última batalla librada hasta ahora…
Lo más significativo de este último episodio es que la violencia de los islamistas contra los hinduistas, expresiva de una vieja guerra civil, ha cambiado, por la mano de la ubicua Al Qaeda, para orientarse contra los occidentales dentro de la capital económica de la India. Gigante que al evolucionar hacia las grandes economías capitalistas, como hizo China, y como hace Brasil, participa de un gran proceso «occidentalización» vital. De ahí el presumible interés islamista por hacer en Bombay estas fechorías terroristas.
José Javaloyes