A la Liga le queda demasiado camino para pensar en que la ventaja actual del Fútbol Club Barcelona va a ser definitiva. La diferencia de puntos no es para echar cohetes todavía. Lo que da que pensar es el síntoma de campeón que ofrecen los azulgrana. No están a salvo de tropiezos, en su última aparición en el Camp Nou empataron con el Getafe, lo que da alguna esperanza a sus perseguidores, especialmente al Real Madrid cuyo sueño, es permanente. Sin embargo, el perfume barcelonista hay momentos que embriaga.
Hace años tuvo en sus filas al mejor jugador del mundo, Diego Armando Maradona, y pese a ello no conquistó los triunfos deseados. Claro que la cabeza de Diego no era la misma que tiene hoy Lionel Messi, salvo que demuestre lo contrario.
Para los equipos campeones siempre se reclama lo que se define como futbolista desequilibrante. Messi lo es en grado sumo. Salvo mal tropiezo, la lesión que le apartara de la circulación, por la que su agresor, seguramente, dada la condición singular de los árbitros españoles, no recibiría amonestación alguna, el joven jugador argentino está llamado a ser el mejor de la Liga.
Contra el Sevilla, uno de los grandes, el Barça se mostró tan superior que a estas alturas se le debe conceder más que el beneficio de la duda. Hay momentos en los que no ofrece vacilación alguna respecto del futuro.
El Madrid perdió en Getafe, donde pudo sufrir derrota más que humillante si el árbitro, Pérez Burrull, sin vergüenza alguna, no le hubiera perdonado dos penaltis.
El Madrid, además de las guerrillas internas, del permanente malhumor de su entrenador, a quien ni siquiera le duelen las derrotas, como confesó al acabar el partido de Getafe, y el mal juego del equipo, padece un problema que merece estudio concienzudo: las múltiples y constantes lesiones de sus futbolistas.
Las endemias no se resuelven con un solo análisis, con una sola opinión.
Julián García Candau