Tres días ha durado la guerra que la multinacional islámica del terror desató en Bombay, con un balance final de 190 muertos y casi 400 heridos, en un intento de remedar el ataque de Al Qaeda del 11 de septiembre del 2001, puesto que pretendían los terroristas causar 5.000 muertos. Se ha tratado de un episodio de horror como aquel de entonces, centrado antes en el odio contra el capitalismo que en la directa aversión a Estados Unidos. Máximo exponente histórico del sistema de libre empresa y de la economía de mercado.
La elección terrorista de Bombay, capital económica de la India como Nueva York lo es de la nación norteamericana -que ha traído como primera consecuencia política la dimisión del ministro indio del Interior-, justifica enteramente el advertido paralelismo entre los dos megasucesos del islamismo en esta primera década del siglo XXI y del Tercer Milenio de la Era Cristiana.
Esa íntegra subsistencia, en algún recóndito valle de las montañas que separan Pakistán de Afganistán, del estado mayor de Al Qaeda, ha hecho posible programar y ejecutar en Bombay esta acción concertada de varias franquicias, asiáticas y también europeas, concernidas en la organización creada por Ben Laden, ha hecho posible el ataque comenzado el pasado miércoles en Bombay.
Especialmente ha permitido ello que el ataque fuera preparado y operado con niveles de planificación, conocimiento del escenario en que iban a perpetrar los asesinatos y niveles de formación militar de los comandos que nunca se habían conocido hasta ahora en las anteriores actuaciones terroristas del islamismo en la India; todas muy sangrientas, pero de ínfimos niveles de complejidad en su ejecución. Excepción hecha, claro está, de la experiencia del 11-S: ejecutada por un equipo de fanáticos procedente, en su mayoría, de las élites sociales del mundo egipcio y de los petro-estados del Golfo Pérsico.
Pero hay otros aspectos y singularidades que han concurrido en esta Guerra de los Tres Días habida en Bombay. Resuelta al cabo por la pericia, capacidad técnica y valor de las fuerzas especiales del Ejército indio. A los riesgos y dificultades de la guerra contra el terrorismo con medios y recursos convencionales, se ha sumado el desafío que representaba la primera ocasión en que las acciones terroristas aparecían, dentro de un escenario de paz, con el formato de guerra de guerrillas planteada dentro de un escenario urbano. Y, en este caso, contra objetivos espacialmente dislocados y diversos: grandes hoteles, por una parte, como el recientemente destruido en la capital de Pakistán, y por otra, un edificio de la comunidad judía.
También es preciso subrayar que los precedentes de la guerrilla urbana hay que buscarlos en la pasada centuria, aunque encuadrados en otros «ismos» que el islámico. Fueron, en los años setenta, las guerrillas urbanas en el Cono Sur de América, principalmente en Argentina y en Uruguay. Un fenómeno histórico que operó como detonante de las dictaduras militares. Así la de Argentina, donde esa guerrilla de las izquierdas revolucionarias desencadenó una respuesta de guerra política, llamando el Parlamento a las FFAA para que reprimieran aquello. Y de ahí, a la guerra civil, con los horrores propios de todo fratricidio. Un día los islamistas quizá tengan también sus garzones.
José Javaloyes