Quienes pretendían que el candidato demócrata Barack Obama era un peligroso izquierdista que protagonizaría una gestión política aventurera e incierta, no parece que fueran bien encaminados. El nuevo presidente se mueve con serenidad, con orden y con criterio propio; busca los mejores y no recela de personas con filiación republicana.
La confirmación del secretario de Defensa y la designación como consejero de Seguridad de un general con sesgo republicano (íntimo amigo del senador McCain) revela una confianza en sí mismo y en su capacidad de liderazgo que arruinan las previsiones de los críticos, algunos de ellos asiduos de diarios españoles que advirtieron que detrás de Obama vendrían los peores agitadores. Ni el general Jones, ni el secretario Gates parecen alguno de esos agitadores. Tampoco los componentes del equipo económico, del secretario del Tesoro al consejero de Economía y al comisionado Volcker.
Tanto Carter como Clinton, presidentes demócratas que llegaron al cargo tras varios mandatos republicanos, designaron sus primeros equipos entre personas cercanas, muy leales y en muchos casos con poca experiencia en la compleja política federal. Y se equivocaron en los primeros pasos de sus presidencias para corregir poco después.
Obama hace lo contrario, ha elegido, tras exigente encuesta a los candidatos para evitar sorpresas, a profesionales muy experimentados que llegan al cargo con los expedientes actualizados y bien estudiados. Gente con personalidad que pueden causarle más problemas por conocimiento que por desconocimiento. Quizá la designación más arriesgada sea la de la senadora Clinton para ocupar la Secretaría de Estado, que es uno de los cargos que aparecen en la lista corta de sucesores en la presidencia y que significa uno de los puestos más poderosos e influyentes del mundo.
El presidente Obama será el más joven y menos experimentado de todo el equipo de personajes con los que despachará de forma regular. Probablemente articular esos despachos con tanta estrella política, sin olvidar al propio vicepresidente, que no va a ser decorativo, constituye el primer reto para el presidente. Entre ellos, el número de amigos y colegas de Chicago, ciudad en la que el presidente ha desarrollado su corta carrera política y desde donde dirige la etapa de transición, es muy reducido, casi anecdótico.
La seriedad y serenidad con la que se está conduciendo durante las diez semanas desde el día de la elección hasta el «inaugural» del mandato revela el carácter de un político maduro, que no improvisa y que se atiene a un programa diseñado ex profeso. Este tipo será cualquier cosa pero en ningún caso aventurero o improvisador.
Fernando González Urbaneja