jueves, noviembre 21, 2024
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Resaca tras la masacre

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Mientras policialmente se mantiene la sospecha, por parte del Gobierno indio, de que los terroristas punjabíes excedieran en número al de los cadáveres contabilizados como integrantes del comando que atacó en Bombay, además del que fue capturado vivo, se ha vuelto a abrir un compás crítico, como tantas veces, en las relaciones entre la India y Pakistán -país éste del que eran originarios los atacantes. El terrorismo islámico que la India padece endémicamente procede en la práctica totalidad de las ocasiones, de su fraternal vecino paquistaní, donde el islamismo, en una síntesis diabólica, se vuelve a identificar con el nacionalismo a propósito del irredentismo sobre Cachemira, causa ya de tres guerras (en 1947, 1965 y 1971) entre las dos grandes naciones indostánicas.

Paquistaní era el origen de los terroristas, y hacia su país de origen, como no podía ser de otra manera, se han dirigido las protestas y reclamaciones del Gobierno de Nueva Delhi, consciente, a su vez, de que allí el poder político no coincide exactamente con el de determinadas decisiones claves sobre la marcha del país.

Como nación radicalmente musulmana que es Pakistán, el poder de fondo se entronca menos con el formato civil propio de las democracias, que con las bases islámicas y las instituciones no democráticas por definición como son, en culturas así, las instituciones militares. Más capaces éstas de sintonizar con tales bases islámicas y, al propio tiempo, más susceptibles también de ser captados sus componentes por ellas desde sus manifestaciones más radicales.

De ahí también la peculiar relación de los servicios de inteligencia militar paquistaní y los islamistas. Relación que se articula en ocasiones como una cadena de nexos y eslabones, que enlaza sin solución de continuidad entre lo musulmán más templado, presente entre el nivel civil y democrático de la clase política y las mayorías sociales, con los estratos genéricamente islamistas, y éstos, a su vez, con el núcleo del terrorismo pilotado por Al Qaeda.

De tales mimbres está constituido el interlocutor paquistaní, para el antagonista indio y para el aliado norteamericano, que anda ahora con los dedos cruzados, puesto que la «guerra de los tres días» en Bombay, ejecutada por terroristas paquistaníes, puede dañar muy seriamente las por fin alcanzadas buenas relaciones entre Estados Unidos y la India. Sintonía que en tiempos de la Guerra Fría venía establecida entre Nueva Delhi y Moscú.

Por otra parte, sin tales mimbres de promiscuidad en el núcleo duro del poder de Pakistán, no hubiera sido posible que la CIA norteamericana movilizara, con Ben Laden a la cabeza, el mundo islamista en que se entrecruzan Pakistán y Afganistán contra el establecimiento de los soviéticos en este último escenario asiático. De aquel choque que la URSS no pudo superar se derivó el declive y la desaparición del sistema soviético. Y así el islamismo, que seguía políticamente dormido en su sueño medieval, despertó a la ideología política más brutal de todas. La del terrorismo religioso, donde ha cabido Bombay y en la que cupieron el 11-M y el 11-S. Es tiempo de resaca histórica. De factura por el éxito contra los soviéticos en Afganistán. Donde siguen los talibanes.

José Javaloyes

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