Para responder a las exigencias del guión, el Banco Central Europeo (BCE) debería bajar este jueves sus tipos de interés en 0,75 puntos. Es una demanda muy generalizada y una apuesta bastante probable. Si no baja 0,75 puntos hasta dejar el tipo oficial en el 2,50% decepcionaría bastante a la concurrencia. Si baja 0,75 puntos habrá dejado claro que sus economistas consideran que estamos en una situación realmente delicada y en medio de una tormenta económica de la que es preciso salir con medidas enérgicas.
¿Desempeñan ese papel ahora mismo los tipos de interés? Hay bastantes motivos para dudarlo ya que ni las empresas ni los particulares invierten o gastan en función del coste del dinero. La política monetaria ha pasado hace ya muchos meses a un segundo plano en esta crisis y ha dejado de representar su relevante papel como instrumento de política económica. Si no hay crédito, si el dinero no circula por los mercados con la fluidez acostumbrada, si la desconfianza vence a la legítima ambición de obtener buena rentabilidad, el nivel de los tipos de interés está de más. Nunca antes nos habíamos encontrado ante una situación tan rara en los mercados financieros y monetarios, ya que desde que los bancos centrales han perfilado su papel hasta convertirse en artífices principales de la política económica, estas instituciones, por lo general respetadas e incluso muy respetadas, habían jugado aceptablemente bien su papel.
Pero en la actualidad, los banqueros centrales se parecen más a los protagonistas de esa obra del italiano Luigi Pirandello, escrita allá por los años 20 del siglo anterior (es decir, la década de la crisis de Wall Street, aunque ello sea posiblemente sólo una coincidencia), titulada Seis personajes en busca de autor, en la que son los propios espectadores de la obra teatral los que se incorporan al guión contando sus propias historias por decisión del genial autor teatral, quien llegó a la conclusión de que fuera de su capacidad de inventiva había otros creadores que merecía la pena escuchar.
Quizás porque han hecho mal sus papeles en la vertiente de la supervisión bancaria, quizás porque en una sociedad global y diferente a la que conocíamos hay que definir de nuevo los papeles de todos los actores, lo cierto es que los banqueros centrales viven una etapa de ostracismo en la que por lo general se les ningunea (en casos con razón) y casi siempre se tiende a acusarles de trasnochados por emplear instrumentos que en estas alturas de la crisis no tienen la validez tradicional. La efectividad de las políticas monetarias parece encontrarse en estos momentos en una etapa de suspensión, en un molesto paréntesis que ha desplazado el centro del poder económico hacia otros actores, básicamente el Estado y el Presupuesto.
La salida de la crisis requiere básicamente una recuperación de la confianza, la de los banqueros, la de los empresarios y la de los ciudadanos. Pero los niveles de confianza están en mínimos o cerca de estarlo. Y se resisten a salir del bache. Con el dinero más barato algo se conseguirá. De momento, la gente endeudada tiene que pagar menos costes financieros, que ya es algo. Si conservan el empleo y si sus ventas no se han hundido demasiado, los agentes económicos respirarán con cierto alivio al ver descender los tipos de interés de referencia, es decir, los de aquellas operaciones que ya se formalizaron en el pasado.
O sea, la bajada de tipos abarata la tarifa de quienes en su día obtuvieron financiación. Los que aspiran a comprar o invertir de nuevas con un crédito nuevo lo tendrán más difícil, por mucho que el BCE baje los tipos de interés. Incluso si lo hace de manera abrupta, como se espera que lo haga de aquí a la primavera próxima. Pero su eficacia está hoy por hoy severamente condicionada porque la economía se ha paralizado y el arranque del motor no se logra sólo regalando la gasolina al conductor del vehículo. Se necesita algo más, eso que afanosamente se empeñan los dirigentes de la economía mundial en encontrar cuanto antes a la vista de que sus reiteradas y numerosas prédicas apenas han servido para gran cosa desde hace unos meses como no sea salir en las portadas de los periódicos. Pasa el tiempo y la efectividad de las decisiones adoptadas, que se han pulido toda la ortodoxia de gestión del gasto público, siguen sin aparecer por ningún lado. Y esto Trichet no lo resolverá, haga lo que haga hoy jueves.
Primo González