La lista de percances empresariales crece conforme pasan los días: unos van derechos a depositar sus libros en el juzgado, acogidos al concurso de acreedores antes conocido como suspensión de pagos; otros multiplican todo tipo de esfuerzos para refinanciar sus deudas, vender activos o dar entrada en el capital a las entidades financieras que les facilitaron préstamos para expandirse. En gran medida, por tanto, la supervivencia pasa por retrotraerse al punto de origen, a su realidad de hace unos cuantos años, en vísperas de creerse que eran lo que no pueden o saben ser.
El escenario está dando pie a no pocas paradojas. Resulta que las mismas entidades financieras, bancos y cajas, que no hace mucho vendieron sus compañías inmobiliarias, prestando financiación a los compradores, deben ahora recuperar la propiedad porque los nuevos dueños no hacen frente al pago de los créditos. Sólo que vendieron caro y ahora recuperan unos activos que el mercado ha depreciado de forma sustancial. Les toca, pues, olvidar unos beneficios en gran parte virtuales y con suerte habrán cobrado algunos intereses por el camino; poco más.
Otro ejemplo, el de las constructoras, también tiene su aquél. Soñaron con ser cabecera de grandes grupos industriales o de servicios, adquiriendo participaciones relevantes en compañías de altos vuelos y dimensión superior a la propia, con poco dinero en caja, amplia generosidad bancaria y cierta complacencia del poder político. Más que solicitar financiación para sus aventuras, les bastó con elegir entre la oferta disponible: la mayoría de bancos y cajas estaba de lo más dispuesta a prestarles los fondos necesarios para culminar la operación. El aterrizaje en la realidad, sin embargo, les ha sustraído de la ensoñación: antes o después, salvo total descalabro -en algunos casos no descartable-, muchas volverán a ser lo que eran: centradas en el negocio de la obra pública licitada por las administraciones… y gracias.
Se pueden aplicar, sin duda, muchas alegorías, pero probablemente el principal olvido de muchos protagonistas fue dejar de atender la referencia inevitable de su posición relativa; no sólo, aunque también, por tamaño, sino muy especialmente por historia, recorrido y tradición.
Así, demasiados, en estos y otros sectores, creyeron ser lo que no eran ni podían en pura lógica llegar a ser, y ahora mismo luchan denodadamente por recuperar la posición añeja, sin garantías de lograrlo, algunos pagando un elevado precio, pero todos transmitiéndolo de distintas formas al conjunto del país.
Enrique Badía