No sólo la caída del petróleo desde los 140 dólares, el día 11 de julio pasado, hasta los 39,5 dólares del Brent de ayer, alumbra la magnitud de la crisis, también alumbra la del empleo en Estados Unidos, con los 500.000 parados de noviembre. Un desplome sin precedentes desde 1974, cuando el petróleo se blandió por los árabes como un alfanje tras de la Guerra del Ramadán, librada en el otoño anterior entre Israel y sus vecinos. Un conflicto que estalló cuando me encontraba en Iraq, enviado por ABC para hacer un reportaje sobre la nacionalización del petróleo iraquí. Desde Bagdad, como pude, mandé una crónica telegráfica, la primera de un periodista español.
Acaso por la razón de mi viaje aquel -el desplazamiento de la Shell y de BP de los puestos preferentes que ocupaban en la explotación del crudo iraquí-, me incliné a afirmar que había empezado en el campo de batalla una guerra del petróleo caldeada previamente con tales estatizaciones, decididas por el partido Baas, donde Sadam Hussein cortaba ya algo más que el bacalao.
Aquella nacionalización quebrantaba el orden de reparto del principal petróleo árabe establecido después de la Primera Guerra Mundial: el de Arabia, a la Casa de Saud y para que lo explotaran Estados Unidos; y el de Iraq, para la familia de los Hachemíes y para que Gran Bretaña hiciera otro tanto que los norteamericanos. Pero lo que cabía columbrar en 1973 es que la guerra iba a tener un epílogo demoledor en los mercados mundiales del petróleo. Los miembros árabes de la OPEP sancionaron a las potencias que habían apoyado a Israel con discriminación en los suministros de crudo. Su repercusión en el total de la oferta disparó los precios del barril a niveles desconocidos hasta entonces.
Las crisis petroleras en la década de los 70 trajeron marejadas en la economía mundial en cuyos registros figuran la gran caída del empleo en Estados Unidos, conforme términos iguales al referido del mes pasado; el fenómeno de la estanflación -con precios disparados y estancamiento agobiante de la actividad económica. Un cuadro en el que pudo haber naufragado la navegación política española desde la muerte de Franco a la orilla de la Transición. Pero si el cambio político español pudo salvar la enorme crisis económica por vía de los Pactos de la Moncloa, lo que sucumbió en el mundo -creyéndose entonces que para siempre- fue el keynesiano modelo de economía de demanda.
Datos de entonces como el referido de la explosión del desempleo se reiteran ahora, bien que con distinto acompañamiento. La inflación no cursa, y se teme la deflacción; mientras sí cursa, más que entonces, el estancamiento y la actividad industrial y del consumo. Lo que no se sabe es de qué cosa será pórtico esta caída del precio del petróleo, luego de haber servido para conjurar la inflación. También se ignora si -en España- serían practicables otros Pactos de la Moncloa de diseño nuevo, en los que cupiera concertar el reparto de la carga de la crisis en todas sus expresiones. Para que el dinero regara desde la Banca el músculo de la producción y el músculo del consumo familiar. Aunque para eso se exige una autoridad política suficiente en la Moncloa.
José Javaloyes