El gobernador Trichet dice no estar preocupado por una depresión, ni por la deflación. Es un dato, y aunque las previsiones no son fiables a la vista de la experiencia, hay algunas voces que merecen crédito, y la del BCE es de ésas. El BCE está preocupado por la recesión, que es un dato en Estados Unidos y en Europa. La de Estados Unidos está certificada por los estadísticos, la europea aún no, pero lo estará en breve.
Todos los bancos centrales han aplicado rebajas drásticas en el precio del dinero a lo largo del otoño, para volver a colocarlo por debajo de la tasa de inflación, algo que formó parte del problema. Los británicos también se han apuntado a esa medicina y se defienden también con devaluaciones efectivas (la libra anda por los 1,2 euros), puede que pronto suspiren por la disciplina del euro, de una moneda más fuerte y estable que la gloriosa esterlina que administra su decadencia desde hace cien años, desde que un joven Churchill se metió a economista aficionado.
Así que todos los jefes de política monetaria se aplican en estimular la economía estimulando la demanda y la inversión. Veremos los resultados en primavera-verano, aunque los ansiosos reiterarán que todo va mal y que los gobiernos fracasan sin excusa.
De manera que vamos hacia tipos de interés próximos a cero, de hecho cero en términos reales. Pero la inflación también va para abajo y si el petróleo no complica podemos encontrarnos pasados unos meses en una tasa de inflación cercana a cero. De manera que un doble cero que debería estimular un círculo virtuoso de crecimiento sostenido.
Pero ¿qué ocurre si ese doble cero añade otro cero en la referencia de crecimiento? Si a la envidiable no inflación y a un no precio del dinero se une el estancamiento de la economía. Evidentemente estaríamos en un escenario indeseable y de consecuencias nada deseables.
Con la que está cayendo y con los negativos augurios en curso convendría un cierto margen para que las medidas acrediten eficacia o fracaso. Si a Dios le tomó siete días la creación, a cualquier mortal, incluso a los más extraordinarios, puede llevarles siete meses restaurar lo estropeado.
Fernando González Urbaneja