viernes, noviembre 22, 2024
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¿En qué pensaban los banqueros españoles?

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Arrecian los informes negativos sobre lo que le espera a la economía española en los próximos meses, particularmente en el año 2009. En las últimas horas se han conocido y divulgado análisis de The Economist y de UBS, pero la avalancha no se detiene ahí. Amenaza con nuevos diagnósticos, ciertamente poco favorables todos para nuestra imagen de país próspero y que hasta ahora recorría el mundo a grandes zancadas, incluyendo algunas incursiones en territorio británico y en otras latitudes no menos importantes.

El eje sobre el que se edifican los presagios sobre nuestro futuro económico inmediato apunta hacia males que aquí, en España, los españoles ya veníamos viendo venir hace tiempo. No nos están descubriendo nada nuevo los analistas extranjeros. Lo que llama la atención es el conjunto de tintes macabros con el que adornan los comentarios y desde luego el terrorífico horizonte que nos dibujan. Parece como si estuvieran desde hace largo tiempo esperando a que nos diéramos el batacazo para reclamar la razón de sus advertencias, lo que en cierta medida podría interpretarse como una especie de recóndito alivio, ya que vendría a confirmar la impresión que tienen muchos, la de que no se puede correr tanto sin pagar, tarde o temprano, las consecuencias. Pero en economía a veces este tipo de diagnósticos pueden incurrir en errores de bulto, ya que si tan verdad es que la economía no es una ciencia exacta, sí que lo es el hecho de que los protagonistas de la economía no carecen en ocasiones del talento suficiente como sortear las dificultades, crecerse en las adversidades y hacer virtud de la necesidad. No sería la primera vez que en nuestra Historia sucede algo de este tipo.

Ni que decir tiene que los analistas centran sus cuidados en dos sectores de la economía española que, interrelacionados, pueden generar una mezcla de difícil gestión. Se trata, como se puede cualquiera imaginar, del sector inmobiliario y del sector financiero. El derrumbamiento del primero traería de la mano la ruina o, cuando menos, la dificultad cierta del segundo. El primero se ha financiado con el riesgo generoso y abundante del segundo. Hay mucho dinero de los bancos colocado en promociones inmobiliarias, de las cuales se pueden decir muchas cosas: unas están sobre en vacío y apuntan a fallido total, otras están a medio hacer y a medio vender y de ellas algo se podrá recuperar y un tercer bloque está en condiciones simplemente presentables.

Adicionalmente, los señores del ladrillo, además de hacer casas, se han ocupado de otras muy diversas cuestiones que poco o nada tienen que ver con el eje principal de su negocio, lo que lleva a preguntarse qué hace Ferrovial como propietaria de los aeropuertos británicos, o que hace la plana mayor de Sacyr jugando a dirigir una petrolera aunque no pertenezca a la primera división mundial, o por qué se empeña el máximo dirigente de ACS en encabezar la reorganización del sector eléctrico español, o qué hacen los principales dueños de Acciona creando un emporio altamente diversificado que a estas alturas resulta difícil de explicar a los analistas bursátiles, que ya es decir…

Todo esto nada tendría de malo ni siquiera de anómalo. Cada cual es dueño de hacer con su dinero lo que le parezca. La cuestión central del asunto es que todas estas operaciones, o gran parte de ellas, se han hecho con dinero de los bancos y de las cajas de ahorros, domésticos y foráneos, aunque con mayoría de los primeros. ¿En qué pensaban los banqueros españoles cuando dieron tanto dinero, fiados en una no demostrada capacidad de gestión de muchos ingenieros de caminos metidos a empresarios multinacionales en corral ajeno? Espectáculos como los mencionados, de los cuales algunos saldrán bien, otros regular y otros sencillamente mal, no es de extrañar que causen el asombro y hasta cierta perplejidad a los observadores internacionales, sobre todo cuando presumimos, no son cierta razón, de tener una de las generaciones de banqueros más exitosas del mundo.

Primo González

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