Se acaba la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Financiación del Desarrollo en Doha, y se abre en Poznan la del Cambio Climático. En Doha se trataba del seguimiento de los acuerdos de Monterrey-2002, que fijaron ambiciosos objetivos de ayuda a los países pobres, y en Poznan se trata de preparar el post-Kioto.
Mientras dejo Doha pienso que ambos problemas, desarrollo y cambio climático, aparecen cada vez más intrínsecamente relacionados, pero me temo que la crisis financiera y la recesión económica global van a hacer más difícil que nos los tomemos en serio.
Doha ha sido un hervidero de debates en torno a la gran sala de plenarios donde se desgranaban las intervenciones típicas de las grandes misas onusianas, mientras los textos se discutían coma por coma en pequeños comités a la búsqueda de difíciles consensos.
Las cosas han cambiado mucho desde Monterrey, y no siempre a mejor. En los dos últimos años, un dramático aumento del precio de los alimentos produjo 75 millones más de hambrientos. Y, a pesar de la caída de los dos últimos meses, los precios de los cereales siguen siendo 13% más altos que la media del 2007. A los países más pobres los alimentos todavía les cuestan el doble que en el 2002.
El cambio climático empeorara la situación, disminuyendo la capacidad de producción de muchos países, especialmente en África, donde el fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola espera una disminución de los rendimientos del 20% en la próxima década.
Por ello, la prioridad, como ha repetido el secretario general de la ONU, es invertir en agricultura, que ha sido cada vez más la hermana pobre de las políticas de desarrollo. El presidente de la Comisión Europea se ha podido presentar en Doha anunciando el acuerdo del Parlamento y el Consejo para financiar los 1.000 millones de euros adicionales para semillas y abonos en los países más afectados por la crisis alimentaria. No serán del todo adicionales, puede que un 25% provengan del reciclaje de otras partidas, no provendrán de los créditos no utilizados de la PAC, como proponía la Comisión, y se desembolsarán en tres años en vez de una sola vez en el 2008, pero la UE se salva del estrepitoso ridículo que hubiese significado no cumplir con un compromiso tantas veces reiterado.
Para hacer frente a la crisis alimentaria hacen falta unos 30.000 millones de dólares anuales durante 5 años. Como han señalado insistentemente las ONG’s presentes en Doha, es una cantidad muy pequeña comparada con el baile de billones que está costando el salvamento del sistema financiero. Y sin embargo parece imposible conseguirlos…
Muchas voces se han levantado en Doha pidiendo una regulación del sistema financiero internacional que combata la especulación en los mercados monetarios y de materias primas y acabe con los paraísos fiscales. Y ello debería exigir una participación de todos los países, y no sólo los del G8 ahora ampliado al G20 ante la aplastante evidencia de que no se puede pretender resolver los problemas del mundo de hoy sin China, India, Brasil…
Lo reconocía el presidente francés, Sarkozy, actuando a la vez como presidente del Consejo Europeo, insistiendo en que la Unión Africana esté presente en la próxima reunión de Londres para tratar de la reforma del sistema financiero. Pero la petición de que esa reforma se aborde en el marco de las Naciones Unidas caerá en saco roto ante la firme oposición norteamericana.
Sarkozy garantizaba la representación colectiva de la UE, pero en realidad la presencia de los dirigentes del mundo occidental ha sido muy escasa. Ningún otro jefe de Gobierno europeo, y ni siquiera los presidentes del Banco Mundial y del FMI, se han dejado ver por Doha. Cierto que la Conferencia se había planteado a nivel ministerial, pero la crisis global que afectará gravemente a los países en desarrollo y las dificultades para conseguir los Objetivos del Milenio hubiesen requerido una mayor atención del mundo desarrollado.
La actitud de España, a través del ministro Moratinos, a favor del 0,7%, luciendo el importante aumento de la ayuda española al desarrollo, y en contra de los paraísos fiscales ha sido una de las más positivas. Hay que esperar que España asuma un papel de mayor liderazgo durante su próxima Presidencia de la UE para conseguir que se cumpla el objetivo del 0,7% en el 2015. Así lo ha reafirmado solemnemente Sarkozy, recordando que la UE aporta ya el 60% del total de la ayuda al desarrollo. Pero pocos días antes el Consejo Europeo no consiguió que sus miembros se comprometieran a fijar un calendario para el cumplimiento de ese objetivo, que hoy sólo cumplen cinco países de la OCDE, los cuatro escandinavos y Luxemburgo.
Tampoco es de esperar que ese calendario salga de la Conferencia de Doha, ni que se avance en la búsqueda de nuevos mecanismos «innovadores» de financiación del desarrollo, como el impuesto sobre los billetes de avión impulsado por Francia desde la anterior reunión de Monterrey. En realidad, en el momento que escribo estas líneas, ni siquiera es seguro que se llegue a consensuar una declaración que resuma los trabajos de la Conferencia porque la delegación de EEUU ha exigido revisar párrafo a párrafo el texto al que la UE había dado ya su conformidad. Es posible que sean los últimos coletazos de la Administración Bush, que nunca ha aceptado el objetivo del 0,7% y que no quiere que en Doha se avance en nada que implique un mayor multilateralismo.
Pero lo cierto es que la crisis económica global no tendrá solución sin una nueva regulación financiera internacional que sea a la vez más eficaz, más comprometida con un reparto más justo de la riqueza, y más legítima porque asocie a los países más pobres. Hace 30 años que éstos sufren las consecuencias de la carrera especulativa de la finanza mundial a través de un doloroso drama en cuatro actos: el endeudamiento del los años 70, la crisis de la deuda de los 80, los ajustes estructurales impuestos por el FMI en los 90 y ahora la recesión económica, que tendrá para los países emergentes consecuencias sociales muy graves.
Véase lo que está pasando en China y la significativa advertencia lanzada por el presidente Hu Jintao este sábado ante la situación creada por la brusca caída de las exportaciones. Si alguien pensaba que China podía escapar a una recesión americana y ser un motor de reemplazo de la economía mundial, estaba muy equivocado. China no va a salvar al mundo, bastante trabajo va a tener con salvarse a ella misma…, y de ello me gustaría seguir hablando en mi próxima contribución a estas páginas virtuales. [email protected]
Josep Borrell