viernes, noviembre 22, 2024
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La sociedad civil cumple 30

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cómo eran las cosas antes de ella. Se lo pregunta porque le cuesta creer que hubiera algún tiempo histórico reciente en que no se contara con ella. Es buena. Tiene conciencia y mira para atrás creyendo que en esa nostalgia primitiva encontrará respuestas que consuelen su incredulidad. Pero lo que sucede es que en su seno activo, en la trinchera de vanguardia, queda alguno de los viejos luchadores. Aquellos que en cuanto se toman dos copas se ponen a contar aventis y no paran, como en una novela. Cualquier novela del genial Marsé a quien los premios quieren casi tanto como yo. ¡Al fin!

Como si estuviéramos pasando las primeras hojas de Ronda del Guinardó, de igual manera nos asomamos al vértigo del paréntesis social que significó la dictadura del general Franco, esa que se debate enredada en alambres oxidados en las muñecas por las cunetas olvidadas de este país que aún huele a muerto. En ese tiempo histórico de color sepia como las fotos olvidadas de los que dieron el paseo, vive una vida distinta de la que protagonizamos y las propias imágenes nos llenan las pupilas de frío, parásitos, mala comida, tuberculosis, tiña y golondrinos.

El paréntesis se abrió en los últimos meses de 1939 y en él cupimos tantos que identificarnos en el montón nos llevó desde la bici herrumbrosa al seiscientos o al dos caballos. En ese paréntesis no había sociedad civil, no existía el ente social sujeto de derechos y deberes, sobre todo porque de los últimos sobraban y de los primeros nada de nada. En ese tiempo de ausencia social los habitantes éramos individuos supuestos, gente con remiendos ocultos, miedos expresos y sueños gigantescos. Pero tipos, sólo tipos. A veces en algún grupo a la sombra. Los soñadores subíamos las cuestas enormes de la precariedad abrumados por un futuro incierto, sin señales de humo de la más pequeña apertura, y terminábamos abrazados unos a otros para darnos calor en lo más profundo de las cuevas de la clandestinidad, donde además de frío nos cagábamos de miedo.

La sociedad civil fue un sueño entre paréntesis que mantuvimos con celo infinito al margen de la historia, acojonados por las dudas de si sería posible alguna vez. Y el paréntesis se cerró, o mejor dicho se terminó de cerrar un 6 de diciembre de hace ahora treinta años, cuando los hijos de todas las madres nos votamos a nosotros mismos, pues la Constitución española no está hecha sino de nuestros propios rostros. Y ahí volvió de nuevo la sociedad civil a la luz y comenzó poco a poco a autogestionarse y crecer. Algunos pensábamos que resurgiría desde el papel republicano, pero dio en una Democracia Coronada con la que nos conformamos al principio y a la que respetamos después.

En esta semana la sociedad civil cumple treinta años de Constitución, que es la edad en la que los hijos modernos comienzan a pensar en irse de casa y a partir de la cual las mujeres españolas se empiezan a pensar eso del embarazo. Habrá fastos y discursos, gominolas y piñatas de todos los colores, matasuegras y antifaces. Pero yo volveré a acordarme de los que lucharon porque naciera y como siempre me entrará la congoja de la pena que me da que no vean, a pesar de las asimetrías, lo lozana, guapetona, hermosa y seductora que está, a pesar de algunas arruguitas que le han salido por aquí y por allá.

Patxi Andión

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