viernes, noviembre 22, 2024
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Madre de Dios

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Nunca fue mi patria pucelana lugar de fantasias y leyendas. El paisaje modela al hombre y el de Valladolid es árido, rudo, y hace a los hombres adustos y un tanto ariscos. Cuando sopla el cierzo es mejor alzar la mirada hacia el cielo estrellado, porque el frío te puede llegar a helar hasta el alma y las tierras de labranza se endurecen, como si fueran piedras, cuando sobre ellas cae la escarcha. Único adorno del paisaje mesetario son algunos pinares y los machadianos álamos que bordean ríos y acequias excavadas en una tierra ingrata con el sudor de manos encallezidas que, en invierno, una vez, se llenaban de sabañones.

Y, sin embargo, a pesar de su paisaje o quizás, precisamente por ello, aquí nacieron hombres ilustres, como Felipe II donde su padre, el emperador Carlos V, que en Valladolid había asentado la capitalidad de su corte, le hizo bautizar en la iglesia de San Pablo. Y aquí casaron Isabel y Fernando, uniendo, así, las coronas de Castilla y Aragón. Por aquí pasaron Cervantes y Quevedo que, en Valladolid, tuvieron casa y escribieron. Y por aquí, o por las tierras cercanas de su provincia, vinieron a morir Cristobal Colón e Isabel de Castilla y, forzadamente, su hija Doña Juana, llamada la Loca. Y aquí, en este Valladolid austero y cortesano, nació, en 1420, un judío converso, Tomás de Torquemada que, andando el tiempo, profesaría en la orden de Santo Domingo llegando a ser uno de los confesores de Isabel, la Reina Católica, y por intercesión de la misma, ante el Papa, nombrado Gran Inquisidor del Reino.

Al contrario que en el País Vasco o en Cantabria, Asturias o Galicia, donde entre las brumas de sus montañas y sus bosques encantados, duendes, brujas y meigas celebran sus ritos ancestrales, en todo caso en ese altiplano en el que, desordenadamente, se edificó la ciudad donde nací, a estos personajes de misterio, al igual que a marranos (los judíos falsamente convertidos), herejes y apóstatas, se les quemaba en enormes piras que se llamaban Autos de Fe después de tortura y sentencia dictada por ese lejano, y tremendo, paisano mío.

Precisamente, hace tan sólo unos días, al cobijo de las graníticas piedras con que ese otro, también antiguo paisano mío, Felipe II, el gran monarca español (¿pero porqué todavía existen historietas populares que hablan tan mal de un rey que tanto contribuyó a la grandeza de España?) edificó, en un lugar inhóspito, el sublime Monasterio de El Escorial, hurtando de la ciudad castellana al arquitecto Juan de Herrera que estaba construyendo la catedral de Valladolid, dejándola, después y por este motivo, incompleta y allí, digo, me sorprendió la noticia de la sentencia de otro pequeño y ridículo Torquemada provinciano, un tal Alejandro Valentín Sastre, magistrado del juzgado de lo contencioso-administrativo n°2 de Valladolid, una pésima imitación ¡qué ya es decir! para hacerse notar, de Baltasar Garzón.

Salía yo de visitar, una vez más, la iglesia-Basílica del Monasterio y admirar, como siempre extasiado, ese Cristo crucificado, totalmente desnudo, en mármol blanco, que preside, solitario e imponente, el muro de piedra, al fondo y de espaldas al altar mayor. Obra maestra de Benvenuto Cellini, quizás la escultura más perfecta de forma y contenido de aquel genio del Renacimiento italiano, que Felipe II, que lo había adquirido en Italia, lo tenía en el oratorio contiguo a su dormitorio. Benvenuto Cellini, al igual que Miguel Ángel y todos los otros grandes escultores florentinos, escogió, en las canteras de Carrara, ese trozo de mármol, veteado de sutiles incrustaciones negras, porque, en el momento de su elección, ya tenía diseñado, en su mente, este cristo crucificado y doliente y esos hilos oscuros deberían coincidir, obedeciendo a su prodigioso cincel, con las venas de aquel cuerpo blanco en agonía. La escultura estaba ahí, en las canteras de Carrara y sólo esperaba al genio que la rescatara de la montaña de mármol.

Pero ¡ábrete sésamo! la sentencia del juez Alejandro Valentín ¡joder qué paisanaje me ha caído en suerte! nuestro mini-Torquemada de turno, dice, entre otras lindezas: «El Estado no puede adherirse ni prestar su respaldo a ningún credo religioso ya que no debe existir confusión alguna entre los fines religiosos y los fines estatales…», para continuar con este párrafo, sublime sostén de la sentencia y digno de ser enmarcado para que presida todas las salas de los tribunales de justicia de mi ¡ay! ridículamente laicizada, que no seria y responsablemente laica España «…el Estado se prohibe a sí mismo cualquier concurrencia, junto a los ciudadanos, en calidad de sujeto de actos o actitudes de signo religioso». Canela fina, exquisito gramatiqueo de un juez vallisoletano para que lo entienda una niña de seis o siete años que, como todo el mundo sabe, su virginal pureza intelectual puede quedar traumatizada, para el resto de su vida, ante la visión de un pequeño crucifijo que cuelga, junto al retrato de los reyes de España en un aula del instituto Macías Picavea, situado en la calle Madre de Dios, del vallisoletano barrio de San Pedro y, justamente ubicado en el mismo solar donde un día se asentaran las cárceles del Tribunal de la Santa Inquisisción y donde fue a dar, con sus huesos quebrantados, nada menos que Fray Luis de León (como me hace saber José Delfín Val, periodista y escritor, ilustre conocedor, como pocos, de los entresijos más remotos de la historia de Valladolid).

Según el padre de la criatura, un tal Fernando Pastor, portavoz de la Asociación Cultural Escuela Laica, ha pasado un «calvario», -pero ¿cómo osa Sr. Pastor? eso de «calvario» me suena algo de Cristo crucificado-, al llevar a su niña al colegio desde que hace tres años solicitara la retirada del crucifijo de las aulas del colegio ¡Cristo! visión espeluznante, en parte redimida desde el momento que ha consentido que su hijita del alma, ya medio echada a perder de tanto soportar la presencia de aquella detestable cruz, haga de la Virgen María en la función que el colegio Macías Picavea prepara para un Belén viviente con motivo de las fiestas navideñas.

Sr. Pastor, usted y su juez protector, aparte de lo de la Virgencita María de la criatura ¿acaso se han olvidado que su señorito, J. L. R. Zapatero, como todo jefe de gobierno en España, ha jurado su cargo ante un crucifijo? A decir poco, divertidamente patético.

El juez está no sólo para aplicar la ley, sino que en sus prerrogativas entra el derecho y deber de interpretarlas. No vamos a hablar de que la Constitución también admite que la católica es la religión profesada por la mayoría de los españoles y que nuestra cultura, nuestra historia, nuestras tradiciones seculares están, todas ellas impregnadas del espíritu bíblico judeo-cristiano (Mahoma también comienza sus prédicas citando a los profetas de Israel).

Esta inicua sentencia tiene el pútrido aliento de estar inspirada en la política sociata de descristianización de España. Esto no es laicismo, es una guerra abierta contra la religión. Quien me conoce sabe muy bien que no soy un meapilas y que más de una vez, a causa de mis crónicas y reportajes, he recibido broncas de obispos y cardenales. Ello no quiere decir que no respete toda clase de creencias religiosas que forman parte intrínseca e inseparable de la espiritualidad del hombre y de la historia de todos los pueblos de la familia humana. Dejando aparte mis convicciones personales que forman el cuerpo del íntimo de mi conciencia, defiendo la mía en la que he crecido y he sido educado y en homenaje a la misma me declaro un asiduo y diario lector de la Biblia, el libro de los libros, donde estamos todos y todos en él cabemos, y pienso que fuera de la divinidad, entidad cuestionable entre la razón y la fe, la figura del Cristo crucificado es el símbolo de la caridad, del amor al prójimo, del sacrificio y paradigma supremo de inocente víctima sacrificada en beneficio de ciertos juegos equilibristas de la política, de la de entonces y de la de siempre.

«España ha dejado de ser católica», clamó un día el tonto de Manuel Azaña, para pedir, más tarde, en trance de muerte, los Sacramentos de la Santa Madre Iglesia. Y es que sin cristianismo y todo lo que ello espiritualmente representa, incluyendo arte y cultura, España se desguaza, retorna a Altamira, se va a la mierda.

¿Dónde iremos a parar si continúa esta campaña de «descristización» de España? De cristos dolientes están repletas las catedrales, las iglesias y los museos de nuestro país ¿Habrá que acabar con ellos para que una niña, que en una función escolar representa a la madre de ese Cristo, no vea turbada su infantil psique? ¿Ordenaremos enmudecer las gargantas de aquellos que cantan saetas al paso del «Cachorro», el Cristo crucificado, o de nazarenos con la cruz sobre sus espaldas sanguinolientas, macarenas y crucifixiones? ¿A qué espera algún juez para pedir el certificado de muerte de Cristo? ¿Y no serán juzgados, Berruguete, Gregorio Fernández, Juan de Juni, Salzillo, Murillo, Velázquez, Goya y tantísimos otros, incluso Dalí con su Cristo hiperbólico, como vulgares criminales fascistas por haber exaltado ese símbolo franquista representativo, como ningún otro, del nacional-catolicismo, tal y como alude en defensa de su laicismo la alucinada mente in-pensante del Sr. Fernando Pastor?

Leo, también, que la Federación Castellano y Leonesa de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales considera el evento de la sentencia «como un paso valiente», «los espacios públicos, los colegios públicos, y la educación pública se establecen como el lugar común de todos los españoles, donde no caben, no deben caber simbologías de ninguna religión». ¡Hala! fuera el Camino de Santiago, espacio público, y la cruz de sus peregrinos, y la cruz de la Orden de Malta y la «Cruz» Roja, la nacional y la internacional, y las banderas de Suiza, Finlandia, Noruega, Suecia… todas ellas con cruces en medio de sus colores y hasta aquellas «están clavadas dos cruces en el monte del olvido…» que cantara Antonio Molina. Destruyamos a mazazo limpio el mármol blanco del escurialense Cristo de Benvenuto Cellini, simbólico residuo fascistoide de una España inquisitorial y retrógrada.

Si en la biblioteca de esa Federación de Castilla y León de chicas-chicas y chicos-chicas tuvieran el casual y buen gusto de poseer una Biblia, se llevarían una gran sorpresa, a la vez que aprenderían una nada despreciable lección de tolerancia. Porque en cuestión de sexo el libro de los libros es un «escándalo». En la genealogía de ese Cristo, hoy tan vilipendiado, escrita en Evangelio de San Mateo, figura el nombre de Rehab, que no era otra que la prostituta de Jericó de la que habla el Libro de Josué ¿Y qué decir de las dos hijas de Lot, que aparecen en el Libro del Génesis y que se aparearon con su padre después de haberle embriagado, o de la Tamara, también del Génesis, que pasea por el borde del camino para seducir a su suegro fingiéndose una prostituta profesional, o de la otra Tamara del Libro de Samuel que yace en el lecho con su hermanastro, o del Rey David que se prenda de las gracias de Betsabé, mujer de Urías, después de haberla visto desnuda mientras se bañaba…? Eso por no citar a María de Magdala. «El Cantar de los cantares» es el más mágico poema de amor jamás escrito en toda la historia de la literatura universal.

Citando a Hegel, Karl Marx decía: «Hegel hacía notar que todos los grandes hechos y los grandes personajes de la historia universal se vuelven a presentar dos veces. Se olvidó de añadir: la primera como tragedia, la segunda como farsa».

Torquemada, la Inquisisción, la Guerra Civil, de la que el admirado Azaña fue uno de los grandes culpables, los milicianos bailando con los cadáveres momificados de las monjas desenterradas de sus sepulturas conventuales, las mil barbaries de la contienda nacional y las heridas que dejaron, fueron una gran tragedia.

La zapateril «Ley de la Memoria Histórica», la descristianización sistemática de nuestro país, los crucifijos vilipendiados, la exhumación de ese osario nacional, tétrico testigo de odios y venganzas, el juez Baltasar Garzón pidiendo el certificado de muerte de Franco, el juez Alejandro Valentín, el Sr. Fernando Pastor, la Federación Castellano leonesa de chicas-chicas y zerolos varios y las aulas del colegio vallisoletano Macías Picavea, situado en la calle Madre de Dios, representan la farsa, morbosa y mortuoria, como corresponde al carácter de nuestro pueblo, coña marinera, cosa de cómicos andariegos.

Extasiándose ante la visión del Cristo de Velázquez, lienzo que habría que destruir o, al menos, alejar del Museo del Prado, espacio público, Don Miguel de Unamuno escribe su emocionante poema:

«Vara mágica nos fue el pincel de Don Diego Rodríguez

De Silva Velázquez. Por ella en carne

Te vemos hoy. Eres el hombre eterno

Que nos hace hombres nuevos. Es tu muerte

Un parto, Volaste al cielo a que viniera,

Consolador, a nos el Santo Espíritu,

ánimo de tu grey, que obra en el arte

Y tu visión nos trajo…

¡Yo soy el Hombre, la Verdad, la Vida!

¡Tal es el Hombre, Rey de las naciones

De desterrados, de la Iglesia Santa,

Del pueblo sin hogar que va cruzando

El desierto mortal tras de la enseña

Y cifra de lo eterno, que es la cruz!».

Javier Pérez Pellón

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