El presidente del Banco Central Europeo (BCE) ha tenido que reconocer, tarde y mal, su grave error a la hora de evaluar el alcance de la crisis de la economía y las finanzas y de adoptar medidas de choque para frenar este galopante deterioro. Y por ello, y sin presentar como debiera su dimisión, ha decidido rebajar los tipos de interés europeos en 0,75 puntos, para dejarlos en el 2,5, provocando una importante rebaja que tardará mucho en proyectarse sobre los ciudadanos y entidades financieras, puede que más de seis meses, con lo que el daño está hecho y la pérdida de tiempo será muy dañina y en muchos casos –por el cierre de empresas- irreparable.
La ceguera de Trichet, frente a la advertencia de los gobiernos y expertos, y su pretendida ortodoxia en la lucha contra la inflación, se ha topado con la cruda realidad del hundimiento de los precios y de la inflación por falta de consumo (y la caída del petróleo), lo que estaba a la vista ante la imparable destrucción de riqueza, producción y actividad económica. Al tiempo que la crisis financiera desviaba los nuevos recursos ofrecidos por los Estados a tapar deudas y agujeros, en vez de a facilitar el crédito a los empresarios y a las familias, a las que los distintos gobiernos europeos -como ocurre con los de Francia y Gran Bretaña, que ayer anunciaron ayudas directas- están ahora, también tarde, intentando socorrer, y en muchos casos ya demasiado tarde.
Todo ello hace pensar que el primer semestre del 2009 será catastrófico y plagado de malas noticias en todos los ámbitos, y especialmente en el de los mercados bursátiles, sobre todo una vez que se conozcan al inicio de la primavera entrante las cuentas de resultados del 2008 de las empresas y las entidades cotizadas en Bolsa. Sobre todo si, de una vez por todas, bancos y cajas de ahorro -en el caso español- deciden sacar a flote y limpiar sus activos podridos o contaminados, como está ocurriendo en Estados Unidos, en pos de una mayor transparencia y claridad, que es lo único que de verdad acabará por ofrecer confianza y permitirá la recuperación.
El caso español, con las impresionantes cifras del paro y las que se nos vienen encima para el 2009, es de una gravedad notoria porque la burbuja inmobiliaria y de la construcción era muy superior a la de nuestros vecinos europeos. Y, desde el punto de vista financiero, porque la deuda exterior del Estado y de las entidades financieras es una de la más abultadas de la UE, lo que dificulta la refinanciación y sube el precio de los intereses a la vista del alto riesgo que ofrecen algunas entidades de nuestro país. Y sobre todo por el atractivo que ofrecen otras emisiones financieras de Estados vecinos y entidades más fuertes y saneadas. Y no digamos si las oleadas del paro nos conducen a una situación de inestabilidad y dramatismo social, con tensiones y enfrentamientos como los que pueden acabar desbordando a los sindicatos, hoy sometidos y convertidos en apéndices del Gobierno, y que acabarán siendo atropellados por sus militantes ante la ausencia de las soluciones que permitan frenar el caos social.
En España estamos bajo un incandescente volcán político y social ante el que no parece existir barrera alguna de contención de su destructiva lava, una vez que en el primer semestre del 2009 la montaña furiosa vomite todo lo que lleva dentro. El propio deterioro del Gobierno y la debilidad de la oposición son dos elementos más para fomentar la desconfianza y para dar alas al pesimismo que ya invade la vida económica y social.
El bajón de tipos anunciado por Trichet es una buena e inevitable noticia, que va a remolque de Estados Unidos y de Gran Bretaña, y que llega demasiado tarde, aunque dentro de unos meses algo ayudará, pero quizás no a los que necesitan con urgencia esos créditos para frenar la destrucción de empresas y de puestos de trabajo, y de paso la imparable incertidumbre y presión social. Lo de la ortodoxia de Trichet era sólo un espejismo ajeno a la realidad, entre otras cosas porque lo primero que ha puesto en evidencia esta crisis ha sido la debilidad y las tramas que adornaban esta ortodoxia que ahora habrá que reinventar.
Marcello