Como ha ocurrido durante los últimos ocho meses, el número de parados sigue creciendo. En esta ocasión, en noviembre, son algo más de 171.000 personas las que han perdido su puesto de trabajo, por encima del 13%. En los datos de la Encuesta de Población Activa de octubre enviados a Bruselas ya se daba la cifra del 12,8% de paro. Un drama, sin duda, que revela rostro más real y tremendo de la crisis más allá de las grandes cifras y las reflexiones sobre el sistema financiero. Y que revela, asimismo, la ceguera gubernamental que, en los Presupuestos para el próximo año, basa los cálculos, y las previsiones económicas de protección social, en una tasa de paro del 12,5%. Nadie duda ya de que se llegará al 15%. Algunos apuntan el 17%.
Es, sin duda, el gran problema. Y si se tiene en cuenta, con este nivel de pérdidas de empleo, que el paquete de medidas anunciado hace días en el Congreso, buscando además obras municipales que generan más empleo que otras de infraestructuras más importantes, considera que puede crear 200.000 puestos de trabajo, el Gobierno debe reconocer que no tiene cuentas públicas adecuadas ni sus decisiones, en el mejor de los casos, llegan a paliar, ni de lejos, la destrucción de empleo. Parece que se consuela con la promesa de que asegurará la protección de los parados, como si eso fuese la solución que se demanda, pero, como insiste la oposición con razón, no hay mejor protección que el aumento de los empleos.
En estas circunstancias, y sin renunciar a las medidas de urgencia, no hay otro camino que decidirse con firmeza por las reformas estructurales y la consecución de un ambiente de confianza que vaya, aunque sea poco a poco, sin pretender milagros que no se dan, generando inversiones y nuevos puestos de trabajo. Mientras no se aborde esta cuestión con la seriedad que merece, y con el pacto político y social que requiere, no estaremos enfrentándonos a la crisis económica, ni incluso mirándola, como es debido. De otro modo, nos encontramos solamente con apaños, porque no pueden presentarse como otra cosa, que llevarán el déficit hasta extremos desgraciados, como si las deudas del Estado no lo fueran de nadie, cuando, en realidad, son un impuesto sobre todos los agentes económicos, empresarios y trabajadores.
Volvemos otra vez a la retórica gubernamental. Parece que se trata ahora de asegurar de nuevo la presencia del presidente del Gobierno en las futuras cumbres y de los funcionarios españoles en las comisiones pertinentes. Como si la crisis fuese sólo algo importado, que se contiene con una venda en casa y a cuya solución se colabora fuera con maravillosas ideas. Más valdría que algunas de éstas, aunque no sean tan impresionantes, sean eficaces para nuestro gran problema, que es, comparativamente, mayor que el que existe en los lugares en los que se quiere residenciar la causa de todo.
Germán Yanke