A pesar del aniversario más o menos redondo, no puede decirse que la conmemoración, a la que Televisión Española ha dedicado horas y horas de emisión, haya sido precisamente para recordar.
A la ausencia en el acto presidido en el Parlamento por Su Majestad el Rey de los dos ex presidentes de Gobierno, José María Aznar y Felipe González (Adolfo Suárez está al margen de todo por su enfermedad, de la que nunca se recuperará, y Leopoldo Calvo Sotelo falleció el pasado mes de mayo), hay que destacar igualmente la ausencia de hasta siete representantes de grupos parlamentarios (los del Partido Nacionalista Vasco, Esquerra Republicana de Catalunya, Coalición Canaria, Unión Progreso y Democracia, Bloque Nacionalista Gallego, Nafarroa Bai e Iniciative per Catalunya Verds), y la de cinco ministros que han aprovechado las fiestas para irse de ‘puente’.
Por otra parte, por primera vez paralelamente al acto oficial del Parlamento, una manifestación en Cibeles pedía la instauración de la República, mientras en Cataluña el diputado de Esquerra Republicana de Cataluña Joan Tardá, en un acto organizado por las juventudes de su partido, resucitaba a Felipe V, primer Rey de la dinastía Borbón en España, en su papel en la Guerra de Sucesión al tiempo que pedía la muerte de otro Borbón, el actual, el Rey Juan Carlos, al grito de «Viva la República, muerte al Borbón». Unas declaraciones que traerán cola y que serán objeto de todo tipo de comentarios y polémica.
De esta forma, un aniversario más o menos redondo, el de los treinta años, que debería haber servido a la clase política para abrir una profunda reflexión sobre la necesaria y urgente reforma constitucional, sobre la actual Ley Electoral, sobre el control de los partidos por un aparato que sigue defendiendo las listas cerradas y bloqueadas, sobre el deterioro de nuestra democracia, sobre la forma final del Estado tras la aprobación de los nuevos Estatutos de Autonomía, sobre el cierre definitivo de ese modelo de Estado, ha servido simplemente para recodar, en una reunión de «veteranos» una Transición que la mayoría del país no ha vivido y que las nuevas generaciones no valoran porque han nacido en democracia y la libertad forma parte de sus vidas cotidianas.
Treinta años después de la aprobación de la Constitución estamos cada vez más lejos de su reforma, por falta de entendimiento entre los dos grandes partidos políticos, sin cuyo consenso es imposible cualquier modificación, y porque, conforme pasa el tiempo, surgen más cuestiones que hacen necesaria su reforma.
El propio presidente del Gobierno, que ha sido hasta ahora abanderado de la reforma constitucional hasta el punto de incluirla en el programa electoral con el que ganó las elecciones en el 2004 y en el 2008, y que era partidario en principio de restringir la reforma para eliminar la discriminación que existe de la hembra respecto al varón en la sucesión a la Corona, a la referencia en el texto al proceso de construcción Europea, a la inclusión de los nombres de las 17 comunidades autónomas en el preámbulo y a la reforma del Senado para convertirlo en Cámara de representación territorial, acaba de declarar que la reforma ni es «imprescindible» ni constituye una «tarea prioritaria».
Las desconcertantes declaraciones de Zapatero, calificadas de «frivolas» e «irresponsables», seran matizadas probablemente esta misma semana en una conferencia que sobre la Constitución pronunciará el presidente, y en la que tendrá que aclarar si renuncia en esta legislatura a la reforma y si amplía esa reforma a otros aspectos como el blindaje de las competencias del Estado, la supresión de la pena de muerte aun en caso de guerra, el cambio del matrimonio entre «hombre y mujer» por el término «personas» (artículo 32) e, incluso, el reforzamiento de la neutralidad religiosa del Estado en el artículo 16.
José Oneto