De nuevo cae otra «cúpula» de la banda terrorista ETA. Pero la pesadilla sigue. Ya he escrito aquí que el nacionalismo vasco es el factor más importante de la reproducción y regeneración de la organización criminal. En tanto no haya un cambio sustancial en el ámbito del llamado «abertzalismo», Euskadi seguirá asemejándose a una foto fija, petrificada, inamovible. Por eso lo que el País Vasco necesita es que el nacionalismo pase una larga estancia en la oposición política, fuera del poder, para que fuerzas alternativas desmonten el régimen que han instalado en el PNV y sus coaligados de ocasión.
En la más pura lógica, tras las elecciones autonómicas vascas la unidad de fuerzas entre el Partido Socialista y el Partido Popular debería arrojar una mayoría suficiente para gobernar e introducir el constitucionalismo en la Autonomía vasca. Para que tal hipótesis suceda, no sólo los escaños deben ser suficientes, sino que también es preciso un cambio de mentalidad casi radical en los socialistas vascos. Son ellos los que deben interiorizar que sería posible gobernar allí sin la compañía «legitimadora» de los nacionalistas; son ellos los que deben convencerse de que es perfectamente viable instalarse en Ajuria Enea por más que a los etarras les indignase tal hipótesis; corresponde a los socialistas vascos entender una posible coalición con el PP -y eventualmente con UPyD- como plataforma para rescatar a los vascos de un sistema político clientelar, trufado de engaños y disimulos que ha ido deviniendo en una caricatura democrática.
Muchos ciudadanos se han echado las manos a la cabeza al contemplar algunas reacciones en Azpetitia tras el asesinato de Ignacio Uría. Silencio, elusión, debilidad en la respuesta social y, al final y de nuevo, olvido. Esa fragilidad cívica en buena parte de la sociedad vasca la inocula el régimen nacionalista, que impone un esquema de valores en el que sigue primando el tratamiento recetado por Xabier Arzalluz: la ingestión masiva de valium, de tanto cuanto valium sea preciso para «aguantar».
Mantener el statu quo es la aspiración del nacionalismo porque así puede perpetuar todo su imaginario: el del victimismo, el de la discriminación, el de la mitología, el del independentismo. La entera iconografía, en definitiva, del régimen nacionalista que por toda prescripción recomienda un tranquilizante, un hipnótico, un sueño evasivo y amnésico. El que no aguante, «valium». Y a fuerza de «aguantar» como exige el viejo Arzalluz cuaja el miedo, el retraimiento y la desesperanza, mientras las cúpulas etarras se reproducen entre la somnolencia moral de un cuerpo social dopado con mucho valium.
José Antonio Zarzalejos