Se entiende que la muerte supuestamente alevosa de un muchacho de 15 años, Alexis Grigoropulos, a manos de un agente antidisturbios -que al parecer le disparó al pecho, y no le hirió indirectamente por rebote de la bala, tal como argumentan el acusado y uno de sus compañeros-, sea un suceso capaz de movilizar de la forma que lo ha hecho al estudiantado griego, e incluso, ¡cómo no!, al potente izquierdismo adverso al Gobierno de Kostas Karamanlis: heredero este primer ministro de un nombre, Constantino Karamanlis, inseparable de la derecha helena. Aunque esté centralmente asociado a la caída de la Monarquía en la patria histórica de la democracia.
Se entiende, y cabe explicarlo sin mayor dificultad, que una no menos potente izquierda extraparlamentaria, anarquista, no sólo se incruste en la protesta general izquierdista contra la política de un Gobierno de la derecha -tocado en popularidad, como tantos otros del mundo europeo, por los rebotes sociales de la crisis económica-, sino que también acabe por pilotar las acciones de protesta social contra las fuerzas estatales de orden y contra el propio sistema social.
Y junto a todo eso, que resulta comprensible sin mayores esfuerzos, es explicable también que en las aguas algo más que revueltas y propias de una situación así, de desorden generalizado no sólo en Atenas y en Salónica, las principales ciudades griegas, sino también en otras poblaciones de Grecia, tanto en su parte continental como en la insular, haya querido pescar la delincuencia de los bajos fondos, trufando la violencia contra los centros comerciales de actos de pillajes y generalizados saqueos en la propiedad privada.
Pero lo que no se entiende es la patente desproporción entre la causa primera, la muerte eventualmente voluntaria de un muchacho por parte de un agente del orden, y los masivos efectos últimos del suceso. Que han llegado a reproducirse en varios países del extranjero contra representaciones diplomáticas y consulares del Estado griego. Pero no se trata de una revolución sino de una revuelta descomunal.
Tan patente desproporción entre causas y efectos no puede explicarla sólo la magia de los actuales medios de comunicación que, en lo informativo, funden en un único dato informativo la instantaneidad y la simultaneidad en los más varios y dispersos escenarios.
En todo esto de los graves disturbios griegos, forzosamente, tiene que haber algo más. Una potentísima levadura capaz de multiplicar presencia y acción de las masas, o un nivel de descontento no sólo generado por la crisis económica sino, también, soportado por niveles de abusos y todo un porte de descontento político y social del que, en términos generales, cabe decir que el mundo ignora. Otras hipótesis a considerar serían, por ejemplo, que los movimientos anarquistas, prácticamente desparecidos de Europa, tienen un insospechado reservorio en Grecia, o que la izquierda democrática de allí -el PASOK desalojado del poder- lo es sólo de nombre. O que ambas, más los comunistas, entraron en sincronía frentepopulista.
José Javaloyes