Cantó la gallina y se despejaron las incógnitas que planteaba la magnitud de la desestabilización social y política en que Grecia se encuentra sumida, desde el detonante de la protesta generada por el supuesto asesinato de un adolescente de 15 años en el curso de una manifestación. Los abogados de los dos policías a los que se atribuye responsabilidad en esta muerte, uno como autor del disparo y el otro por encubrirlo, supuestamente, al declarar que el proyectil, disparado al aire, rebotó y, en una segunda trayectoria, fue a dar en el pecho del muchacho, causándole la muerte.
Tan enorme magnitud en la protesta, extendida por todo el país, era inexplicable sin el concurso de la previa preparación, conforme un plan minuciosamente diseñado, en el que se habría contado con grupos de choque reclutados entre la extrema izquierda, principalmente anarquistas, con flancos abiertos a la participación de delincuentes comunes. Estos últimos componentes se darían al saqueo durante los destrozos vandálicos en los comercios de Atenas, donde entre lunes y martes habrían sido destruidas -según fuentes del sector- 400 establecimientos; 32 de ellos completamente, y otros 100 desvalijados.
Mientras son ya muchas las noches y los días de enfrentamientos, las dos grandes centrales sindicales griegas mantenían la convocatoria de huelga general, desoyendo el llamamiento del primer ministro, Kostas Karamanlis, para que el paro sindical no flanqueara las revueltas callejeras y los generalizados procesos de violencia urbana. Esa razonable petición, enteramente desoída por los dirigentes sindicales -muy sintónicos del PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico)-, con sindicatos independientes, habría corrido otra suerte, vista la magnitud de los desórdenes, el alcance de los daños y las graves lesiones de imagen internacional ocasionados por tan masivos disturbios.
Habría sido así de no resultar todo integrado en una sola y única estrategia, orientada a derrocar, desde la izquierda parlamentaria, al Gobierno conservador de Kostas Karamanlis. Las declaraciones del último Papandreu en el centro-izquierda griego, pidiendo la dimisión del Gobierno, la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones generales han sido tanto como el canto de la gallina. Lo que ha dado explicación y sentido, respuesta, a la pregunta de qué estaba ocurriendo en Grecia con las tremendas manifestaciones donde sobrevino la muerte de Alexis Grigoropulos.
Nada más alejado del turno pacífico en el cambio de los gobiernos, por medio de las urnas y en el compartido respeto del orden público, que ese enorme friso de violencia en que se apoya ahora la estrategia política del PASOK. Pero acaso lo más grave de la apuesta socialista sea su apuesta por la resistencia social contra las reformas económicas estructurales que demandan los retos de la crisis económica global. Retos donde flotan los problemas de la economía griega, cuya positiva transformación ha sido cortada en seco por la crisis mayor. No está nada claro que la eventual caída de Nueva Democracia, el partido de Caramanlis, a la salida de los actuales disturbios, fuera el tipo de solución que Grecia, como tantas naciones, necesita para hacer frente al temporal.
José Javaloyes