viernes, noviembre 22, 2024
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La alargada sombra de Felipe V

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Los españoles no habríamos podido imaginar, en este fin del 2008 sobrecargado de acontecimientos, que el rey Felipe V iba a estar a tiro de los nacionalistas catalanes, que no ya de Garzón, a quien probablemente le han pisado el terreno. Pero lo cierto es que después del fallido intento garzoniano de sentar a Franco en el banquillo de los acusados, el primer Borbón español, nieto de Luis XIV de Francia, le sucede en ese trance, con grave riesgo para los republicanos independentistas catalanes, que habrán de verse las caras con una mujer tan difícil y correosa como Isabel de Farnesio, consorte del monarca cuya muerte o ejecución ha reclamado un tal Joan Tardá. Ironías aparte, quien dice Isabel de Farnesio dice la monarquía; y el demandante lanza su apelación a un tal Zapatero, en cuyas recónditas deliberaciones palpita muy probablemente la idea de pasar a la historia como agente determinante de los futuros problemas sucesorios del actual heredero de Felipe V, que no sólo de Franco.

La cuestión ahora no es polemizar por qué ese Tardá no recibe el correspondiente correctivo legal, dentro de su condición de parlamentario y, por tanto, de aforado. Tampoco es cosa de enzarzarse en una discusión paralela sobre qué procedimientos arbitrar para desalojar a los representantes de la franquicia etarra llamada ANV de los cuarenta y tres consistorios que ocupan en otras tantas localidades vascas. El verdadero asunto es diseñar las responsabilidades que concurren en la configuración de los actuales problemas institucionales de España, con toda su peligrosa carga política. Sería fácil atribuir a un «servicial» fiscal general del Estado, actualmente evaporado de los planos más visibles de la actualidad, las culpas del embrollo, por llamarlo de una manera suave. Sin embargo, sucede que en esta coyuntura política, en la que las voces políticas enredan sus respectivas acusaciones para intentar descubrir el extremo de la madeja, la única voz de alerta que ha concretado con toda claridad dónde se halla el origen del tremendo lío corresponde a la persona de un diputado del PP, hoy perdido entre las brumas de una posición bastante secundaria en el concierto, o desconcierto, de influencias circundantes. Se trata del vicepresidente segundo del Congreso y diputado del PP Jorge Fernández, para cuyo entender «es Zapatero quien ha creado el caldo de cultivo» no ya sólo del exabrupto delictivo de Tardá, sino de las «tempestades» surgidas «de los vientos de la Memoria Histórica».

Es innegable que las palabras, aunque muchas veces sean irrelevantes, tienen en delicadas ocasiones su importancia. Y Tardá, aprovechando el citado «caldo de cultivo», ha recordado un poco aquel famoso cuento de Andersen en el que un niño inocente -todo lo contrario del malvado diputado catalán- lanzó la advertencia de que el emperador, con su lujosa pero invisible indumentaria, desfilaba desnudo entre las aclamaciones de su asombrado pueblo. Al falso niño catalán le pudo, en aras de intereses devastadores para el dudoso futuro de España, la tentación de pedir la muerte del Rey, si no física, sí política o institucional. Esa cobarde voz, que ha buscado evasivas metafóricas, sabía que un trasfondo zapateril potenciaba impunemente sus ecos. El tal Tardá, percatado de que la Memoria Histórica no sólo busca desenterrar huesos, sino también abrir fosas para enterrar realidades amparadas en la noción de España, vino a decir, para su sentido oportunista, «ésta es la mía», sin que nadie le amonestara con aquella contundencia paralizante del sabio que recomendó: «Joven, los experimentos con gaseosa».

Naturalmente, el llamado Tardá es un aprendiz de experimentador. El verdadero autor de esas audacias es un individuo llamado Zapatero, a quien nadie le pide cuentas y que puede con asombrosa tranquilidad esperar en silencio que otros sean los que condenen al comisionado que lanzó la amenaza. Porque el fondo de la orquestación en marcha, ahora sólo insinuada en un primer afinamiento instrumental, no es Felipe V y sus herencias, que a Tardá y sus instigadores les importan tanto como al nacionalismo catalán el inquilinato de la Zarzuela, sino quienes alimentan proyectos en un marco de sonrisas y fórmulas anticrisis que, en una primera y tal vez dramática etapa, sirven para distraer al personal del campo de minas de la situación política nacional. Mientras tanto, el monclovita a lo suyo, urdiendo remodelaciones del Gobierno, celebrando hipócritamente las «octavas» de la Santa Constitución, metiéndonos hasta las trancas en el pozo de Afganistán y lamentando, como él solo sabe hacerlo, los crímenes de una ETA a la que ya da por casi finiquitada, que para eso cree que le ha elegido el Destino desde la profundidad de la historia.

Lorenzo Contreras

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