Todo era previsible. Que Alberto Ruiz Gallardón presentara a Manuel Fraga en el Foro madrileño como «padre» de la Constitución, en este flamante 30º aniversario. Y que Fraga dijera con autoridad que no toca contar con Gallardón ahora para encabezar las listas europeas del PP. Es lo que tienen las relaciones blindadas por el afecto o la consanguinidad: no hay posibilidad de que surja el equívoco o la mala interpretación.
El salón del The Westin Palace de Madrid estaba repleto y la voz confusa del viejo político fue cobrando fuerza y elocución. Con el debido respeto, políticos, empresarios y periodistas permanecieron atentos, entre ellos, algunos rostros que han encarnado los primeros puestos de la gestion pública. Rodolfo Martín Villa departía relajado, como Luisa Fernanda Rudi, en las primeras mesas. Isabel Tocino se dejaba ver entre los grupos y, algo más discretas, aparecieron algunas representantes de la Comunidad y de la Asamblea de Madrid, como Elvira Rodríguez, y el ex-director gerente del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo Rato. Estaban casi todos, aunque faltó la presidenta de la Comunidad. También se sentaron el presidente del Congreso, José Bono, el portavoz del PP en el Senado, Pío García Escudero, y José María Álvarez del Manzano, ex alcalde de Madrid.
Pero no sólo ellos. Tenía razón Alberto Ruiz Gallardón, que observó de cerca a su mentor, en su discurso político. El alcalde de Madrid quiso resaltar la «inmensa deuda» de los españoles «de todas las ideas» con el veterano líder. Allí estaba el periodista Antonio San José, del Grupo Prisa, que hizo de maestro de ceremonias, reiterando su pleitesía a «Don Manuel». Allí se acercó también Peridis, el caricaturista de El País, revoloteando entre las mesas y observando al protagonista, como parte de esa historia propia y común.
A nadie sorprendió sus escasas frases chocantes en esta conferencia, salvo la de «colgar de algún lado» a los nacionalistas, que provocó la repregunta del moderador: «Sea explícito, Don Manuel», y las miradas entre los periodistas, sabedores todos de que nunca se mordió la lengua.
Reflexiones sobre la Constitución
Más solvencia alcanzaron sin embargo algunas de sus reflexiones. Sobre la oportunidad de reformar la Constitución contestó claro: «Personalmente, no lo veo ni necesario ni conveniente», pese a que defendió con énfasis el interés de reformar el Senado como Cámara territorial, entre otras cosas para que sea aplicable el artículo 155 de la Constitución, que establece la prioridad del interés general del Estado ante la eventualidad de una actuación contraria de una Comunidad Autónoma. Y sobre el concepto de «nacionalidades», en la Carta Magna, «esa palabra habría que quitarla», defendió sin más.
El veterano político asoció hechos de la Historia con las polémicas más actuales, haciendo gala de una prodigiosa memoria aún. Ha elogiado la sentencia del Tribunal Constitucional contra el referéndum de Ibarretxe y ha recordado que los grupos terroristas no arraigaron ni en Cataluña ni en Galicia. De forma entrelazada ha aludido a la antigua Yugoslavia y hasta el imperio belga, y a las consecuencias de guerras y monstruosos genocidios.
No tiene pelos en la lengua, o quizá ésta llega a adquirir una propia autonomía. Al presidente del Gobierno le ha manifestado su respeto, pero «negar la crisis» -ha señalado- «debería llevarle incluso a considerar una dimisión fulminante. Hemos pasado a ser el último de la cola. Es lamentable», concluyó.
Dice que se fue a Galicia «para no estorbar». «Quería convencerme a mí mismo de que era posible gobernar una autonomía» defendiendo su idea del Estado. Pasaron 16 años. A su juicio, queda lo esencial del espíritu de la Transición y del patriotismo, «aunque no como en el 2 de mayo». «Parecíamos la potencia más romántica de Europa», evocaba profesoral en el salón del hotel. Pero, en la elipsis, quedaba la verdad: «Si el mismo entusiasmo que dedicamos al entrenador del Real Madrid lo pusiéramos en las cosas que afectan al conjunto sería muy importante y nos iría mucho mejor».
Chelo Aparicio