Esta crisis en la que ahora estamos inmersos, esta vez sí, empezó siendo una especie de algarada financiera organizada por los talentos de la banca de inversión estadounidense. Pero con el paso de los meses se ha convertido en una auténtica crisis real en la que la fila de los damnificados que hacen cola para pedir el auxilio público se agiganta por momentos. Como todo empezó por la crisis bancaria y es generalmente un valor asumido que los bancos no pueden quebrar (ya que en ellos reposa la confianza en el sistema económico y la liquidez de toda la sociedad), ahora que hay dificultades en otros sectores por problemas de debilidad de demanda, sectores enteros se han apuntado al filón de las ayudas públicas, aunque por el momento estas están llegando, en algunos países con cuentagotas, solamente al sector financiero.
El catálogo de las ayudas públicas, cuya proliferación e intensidad puede generar problemas irreversibles a los Presupuestos públicos de muchos Estados, está alcanzando tal extensión que puede poner en dificultades al conjunto del sistema económico occidental, tal y como ha venido funcionando. Hay al menos dos frentes en los que las ayudas públicas deberían ser sometidas a una disciplina algo más estricta, como tratan de defender algunos aguerridos defensores (defensora en el caso de la UE, por la señora Kroes) con más ruido que eficacia.
La forma en la que se están concediendo las ayudas públicas a las entidades financieras que las solicitan o que tienen poder para obtenerlas va a generar distorsiones a la competencia dentro de los Estados y a nivel supranacional en la medida en que muchas entidades que están recibiendo fondos públicos de un Estado europeo tienen sucursales y filiales en otros Estados de la UE. ¿No se podría haber puesto la primera piedra de una especie de Mercado Financiero Único en Europa, sometiendo todas las ayudas a los bancos a una disciplina común, a criterios únicos y a supervisión centralizada, puesto que común es el territorio en el actúan estas entidades, teóricamente todas ellas en régimen de competencia abierta, aunque ahora distorsionada por el papel del Estado en muchos casos?
Dentro de cada país, el banco central correspondiente y las autoridades de la Competencia serán los responsables de mantener el orden. Pero, ¿qué hará un banco central de un determinado país cuando una entidad financiera de otro Estado, que ha recibido una importante inyección de recursos financieros públicos del Estado originario, logre mejorar su cuota de mercado a costa de entidades también privadas pero que no han recibido dinero público? No hace falta ponerle nombres y apellidos ni enseñar la partida de nacimiento para que todos, o casi todos, sepamos la identidad de los casos más notorios de este complicado entramado en el que se ha colocado el sector financiero europeo, en el que la crisis ha dejado escapar sin apenas responsabilidades ni castigo a tantas entidades ineficientes, que ahora aparecen en condiciones de igualdad con otras que supieron hacer bien sus deberes.
Lo que está empezando a ser palpable y notorio en el sector financiero puede empezar a pasar, a la vuelta de la esquina, con el sector industrial, sobre todo cuando los tres grandes del motor de Estados Unidos reciban importantes fondos para llegar a fin de mes. Sí, a fin de mes, ya que dos de los tres grandes no tienen en estos momentos dinero ni para pagar la nómina de Navidad, asunto sin duda grave pero que pone de relieve hasta qué extremos está llegando la economía empresarial, de lo que no siempre tienen la culpa los bancos ni la estrechez de los canales de financiación.
Con estos ingredientes sobre la mesa, y con los Gobiernos echando leña al fuego para que no se extinga, en una frenética carrera en la que algunos están lanzando ya a las llamas hasta el tresillo de la sala de estar, convendría sentar cuanto antes algunos puntos de acuerdo en relación con el nuevo papel del Estado en la economía. Quizás no haya que llegar tan lejos como proponía Sarkozy, la refundación del capitalismo, pero sí que habría que fijar algunas líneas rojas en relación con las nuevas formas de la competencia, ya que al fin y al cabo el buen funcionamiento de la competencia ha sido siempre un ingrediente básico del progreso de las economías capitalistas. Y no les ha ido tan mal con esa disciplina, que resulta urgente recuperar.
Primo González