A ETA vuelve a dolerle la cárcel. Siempre ha sido así, sobre todo desde que la llamada «doctrina Parot», que prolonga el tiempo de las penas en determinadas circunstancias, ha demostrado la dureza de los encierros interminables. Pero también es cierto que a los dirigentes de la banda le crecen las alarmas cuando comprueban que los presos se cansan de confiar en los llamados diálogos con el Gobierno y las correspondientes treguas fallidas cierran el horizonte de la libertad muchas veces «regalada», por aplicación de beneficios penitenciarios, determinando entonces la división de los presos etarras entre «buenos y malos».
Ya se vio hace años en el caso de Santacristina «Chelis», que abrió una brecha en la paciencia de los «héroes» del tiro en la nuca. Esto podía significar que la estrategia de la dispersión de presos, puesta en marcha por Enrique Múgica cuando era ministro de Justicia, estaba madura para ir dando paso a ciertas excepciones pero, sobre todo, a una nueva estrategia gradual, esta otra de acercamiento a Euskadi de los llamados «buenos» o «menos malos» o simplemente dóciles pragmáticos. Ni que decir tiene que «Chelis» fue «excomulgado» por la dirección de la banda y entró, si su libertad se confirmaba, en el catálogo de muertos a plazo, como por ejemplo, «Pertur» o «Yoyes».
Los grandes inquisidores de las deserciones, desde los Pakitos a los Antza, empezaron a vacilar a su vez cuando les tocó permanecer ilimitadamente entre rejas, si por ilimitado se entiende el transcurso de una cierta cantidad de años, por muy regalados que fueran desde el punto de vista de comodidades que otros reclusos no disfrutaban. El acercamiento a las cárceles del País Vasco, con las familias a la puerta, constituía un alivio importante y, si la conducta era buena, los presos podían confiarmar en la clemencia de sus «verdugos», sobre todo si los crímenes de ETA sabían acompañar persuasivamente al Gobierno en su tendencia a la mano blanda.
Poco a poco el zapaterismo se convenció de que la estrategia de la mano dura y el peligro de las treguas interrumpidas por ETA, según las conveniencias de la lucha, distaban de ser aconsejables. O sea, que venían a ser sencillamente suicidas, sobre todo para quienes corrían el riesgo de ser suicidados. Y en bastante medida, también el Gobierno, en tiempo de elecciones (el cual es el caso presente), podía experimentar el peligro del suicidio político en las urnas. Esto explica que, en función de lo que Rubalcaba considera «política de Estado», el dogal carcelario se afloje para algunos etarras, que es lo que empieza a ocurrir por vía de acercamiento a Euskadi.
Naturalmente, los antiguos presos ya liberados se vuelven duros con quienes padecen lo que ellos padecieron, e intentan, obedeciendo órdenes imperativas de la banda, atemorizar a los posibles desertores. Es lo que Dante, o su personaje Virgilio, leía en las puertas del Infierno en la Divina Comedia: «Abandonad toda esperanza».
Arnaldo Otegi, que ha pasado unas vacaciones forzadas entre rejas cuando más seguro parecía estar en sus privilegios como embajador del mundo etarra ante el Gobierno de Zapatero, se ha sumado, ya con la libertad recuperada, a la dureza intolerante contra los posibles desertores. El pasado día 1 de diciembre optó mientras tanto por cultivar la esperanza de nuevos diálogos con el Gobierno, lo cual no deja de ser harto probable con las urnas electorales al fondo del paisaje político. Para los etarras era todo un consejo de paciencia. «Tarde o temprano tendrán que volver a ese camino», declaraba a Gara refiriéndose a las interrumpidas negociaciones y a la probable tregua en tercera o cuarta edición. Y añadía: «No hay derrota militar posible».
Pero también reconocía que en la banda «hay una sensación muy grande de bloqueo» y que el movimiento abertzale «parece estar gripado políticamente». Eran, por supuesto, las vísperas del asesinato de Ignacio Uría en Azpeitia, posiblemente no previsto tan pronto por Otegi quien, de todos modos, había descalificado en sus declaraciones al PNV, tan cercano a las simpatías, cuando no a la militancia, del empresario vasco. Según el «diplomático» Otegi, el PNV se «autoexcluye» del bloque independetista en cuanto modelo político. Y, por consiguiente, es preciso «construir una alternativa al PNV». En consecuencia, nada ya de modelo de Lizarra como en 1998.
Eso ya se verá según los resultados de las elecciones autonómicas vascas y la capacidad de recuperación operativa de ETA. Zapatero quiere ganar en todos los terrenos, pero lo cierto es que, habilidades verbales y cinismos aparte, está perdiendo en la mayoría de ellos.
Lorenzo Contreras