sábado, noviembre 23, 2024
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Madoff, o cuando llueve sobre mojado

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Los fraudes financieros cantan sobre todo en las etapas de crisis, cuando llueve sobre mojado. En las de euforia sólo los abusos más burdos acaban en catástrofe. Ahora estamos ante un crack de los que desnudan buena parte de las vergüenzas que se van acumulando durante la bonanza, abusos encubiertos y riesgos desmedidos que ahora dan la cara con estrépito.

El escándalo que nos ocupa desde el viernes, el fondo de inversión del simpático y fiable Bernie Madoff, pudo haber estallado en cualquier momento, incluso en los buenos tiempos, pero entonces era más fácil disimular y engordar el desastre, que luego la crisis deja en evidencia. El pillo trató de dejar colocados a algunos de los suyos antes de cantar y de asumir con la resignación de caradura el desastre que tenía montado en el despacho trasero del negocio. Sus hijos, que también van a acabar arruinados, impidieron que el padre llegara más lejos aun.

Madoff tenía montada desde hace décadas una compañía de compraventa de valores que funcionaba regularmente y con razonables resultados. Pero además, en el patio trasero, tenía montado su propio sistema de inversión mediante fondos financiados por clientes a los que Madoff ofrecía su arte inversor. Cocinero y fraile, sin controles externos, abusando de la confianza de clientes entre codiciosos y poco diligentes, la cosa funcionaba aparentemente con los mejores resultados.

El personaje invertía sin dar explicaciones, bastaba con los rendimientos. Le auditaban unos amigos, y confiaban en algún golpe de suerte para recomponer el agujero. No suele ocurrir, siguió pedaleando y agrandando el fraude. Algo semejante le ocurrió a la Société Générale con Jerome Lerviel, que volatilizó con inversiones abusivas cinco mil millones de euros. Madoff puede haber multiplicado esa cifra por ocho.

En ambos casos lo que llama la atención que entre los timados figuran instituciones que disponen de los recursos y procedimientos necesarios para vigilar a sus proveedores. El problema para el Banco Santander (y otras entidades relevantes clientes de los fondos de Madoff) es ahora explicar a sus clientes cómo les metieron en ese desastre. ¿No verifican la calidad de los fondos que recomiendan? ¿No son tan diligentes como detectar que algo huele a podrido?

Un cliente particular, incluso uno institucional, puede equivocarse al invertir su dinero. Pero el profesional del ramo que recomienda a otros inversores dónde deben colocar su dinero tiene responsabilidades frente a terceros, incluso aunque los contratos diluyan esa responsabilidad.

Además llueve sobre mojado, tras los de Lehman, lo de Madoff. Lo primero era improbable pero posible, lo segundo se ha repetido en el tiempo en no pocas ocasiones, ahora dicen que en el mercado había comentarios y run-run sobre las exitosas y misteriosas decisiones de inversión de Madoff, que parecía que siempre caía de pie. Algo que debía haber alertado y aconsejado mayor cautela, al menos a los avezados en el negocio. Los grandes bancos atrapados en este desastre van a tener que dar muchas explicaciones y resignarse a perder clientes que buscarán aguas más tranquilas y asesores más cuidadosos.

Fernando González Urbaneja

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