sábado, noviembre 23, 2024
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Reformas urgentes

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Sería un error que el Gobierno, al mismo tiempo que elogia el papel y la referencia del Fondo Monetario Internacional, tomara en consideración sólo parte de las sensatas palabras de su director, Dominique Strauss-Kahn. Sería un error -o lo es ya a estas alturas- que el Gobierno se felicitara de que Strauss-Kahn defienda la institucionalización de la presencia de España en lo que se llamaba G20 y que pretenda echar por tierra sus previsiones y alertas sobre la economía española con el peregrino argumento de que espera que el tiempo demuestre que estaban equivocadas. Porque todo hace presagiar que no es así.

Las alertas sobre las debilidades de nuestra economía son ya antiguas, anteriores a la crisis financiera internacional que las ha agravado. Las conocíamos en los análisis de organismos internacionales y en los avisos internos, entre ellos los del principal partido de la oposición, al que se quiso tildar de antipatriota o de ejercer una acción política interesada e irresponsable. En los últimos días, el FMI ha vuelto a anunciar el calvario que nos espera y la necesidad de urgentes y profundas reformas estructurales. El PP, por cierto, lo venía ya diciendo y en los más importantes debates parlamentarios sobre la situación económica se venían sumando a esta razonable posición muchos otros grupos, nada convencidos de la constante versión oficial según la cual todo era importado. Aún más: que estábamos más preparados que nadie para sufrir menos sus consecuencias. Ahora, el comisario europeo Joaquín Almunia insiste en lo evidente: la recesión inevitable será peor aquí que en otros países europeos, llegará inmediatamente después pero seguramente de forma más abrupta. ¿Por qué? Por nuestra debilidad estructural, por nuestra dependencia de la construcción, por el efecto mayor en la destrucción de empleo, por nuestra escasa competitividad.

Meses después de la «malvada irresponsabilidad» de Rajoy y los suyos, de los otros y de los analistas, el vicepresidente Solbes abandona la retórica oficial sobre nuestra fortaleza y la calma en las reformas y reconoce que son fundamentales las «reformas estructurales ambiciosas en todos los ámbitos». Proseguir, dice, que es lo que queda ya del optimismo precedente y de nuestra insondable fortaleza.

Ya no hay duda. Necesitamos reformas profundas, ambiciosas, urgentes. Hemos padecido como todos la crisis financiera, mucho más grave de lo que se podía imaginar, pero teníamos «nuestros» problemas, que seguimos teniendo, y, en contra de la versión oficial, soportamos peor la crisis y nos puede afectar más y más largamente que a otros. Las reformas serán, sin duda, dolorosas, costosas, pero no hay otro remedio. Sus consecuencias beneficiosas, además, no serán inmediatas, pero no hay otro remedio. Y lo que sí pueden conseguir rápidamente es la restauración de la confianza: no en la solución de todo, pero sí en que se están tomando las decisiones oportunas. Los mercados, las familias y los ciudadanos particulares son sensibles a las incertidumbres, pero también a los remedios adecuados y a su clara explicación. Todo ello exige, además, grandes pactos entre los principales partidos y entre los agentes económicos. Ahora que ya tenemos de nuestro lado al director del FMI para que el presidente esté institucionalmente presente en las cumbres internacionales, ahora que todo el mundo está de acuerdo en que la cirugía es urgente, habrá que ponerse a ello.

Germán Yanke

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