Pocas horas antes del fin de Eluana Englaro el padre de Terri Schiavo, cuya muerte, por inanición, decidida por su marido y ratificada por una sentencia judicial, en marzo del 2005, había llamado al padre de Eluana para que reflexionara sobre el lecho de aquella pobre paciente hospitalizada en una clínica de Udine y evitara el tremendo fin doloroso causado por la deshidratación de su cuerpo indefenso y doliente. El caso de Terri Schiavo no sólo apasionó a la opinión pública estadounidense, sino que traspasó las fronteras americanas en un debate que llevó a la política a cuestionar el derecho de un tribunal de justicia a decretar la muerte de un ciudadano libre fuera de los estrictos ámbitos del Derecho Penal, donde puede estar prevista la pena de muerte.
Llámese eutanasia o enmascaradamente «muerte dulce», el verdadero nombre es homicidio de Estado ¿Quién de entre nosotros da a la Administración, genérico y mágico nombre a cuyo altar desconocido el ciudadano libre debe rendir su sacrifical sumisión como si de un Molok de esa Metrópolis en el que se ha convertido el Estado moderno, omnipotente y omnipresente, -en realidad fascista y totalitario-, el poder decidir, por sentencia de unos tribunales excesivamente respetuosos con los gobiernos de turno, cuando es tiempo de morir, haciéndonos ya el tiempo de vivir bastante insoportable a causa del enorme recorte de libertades y el empobreciento en precio y precio de sus riquezas?
Por encima, si se quiere del deber moral, que impone, sobre cualquier otra cuestión ética, el derecho sagrado a la vida, están las reglas de la justicia universal, aquellas proclamadas y aceptadas por, al menos, desde hace cuatro o cinco milenios de civilización y que se llama Derecho Natural. La muerte de Eluana Englaro es, ante todo y sobre todo, un «accidente» de inhumana injusticia.
El padre de Terri Englaro no pudo hacer nada por salvar la vida de su hija, pero fue muy consciente de los sufrimientos que padeció, certificados por los médicos, durante su agonía. Eluana Englaro, según los primeros dictámenes médicos ha muerto, asesinada, por deshidratación. Ello ha provocado una dolorsísima y rápida insuficiencia renal que le ha llevado a paralizar su corazón.
Dicho de otra manera, el padre de Terri Schiavo advertía al padre de Eluana para que su hija no tuviera el final atroz de la suya. A Eluana, aún con vida, se le podría evitar ese sufrimiento. El padre de Eluana no ha escuchado la desgarrada voz que venía del otro lado del Atlántico y ha sido el verdugo despiadado de su hija que, por supueto, no era una propiedad privada suya.
El padre de Terri luchó con todas sus fuerzas por mantener a su hija en vida y se enfrentó con su yerno, el marido de Terri, al que apoyó una sentencia de un tribunal americano.
En Italia el caso de Eluana Englaro se ha convertido, casi desde el principio, en un áspero debate político, en un enfrentamiento, casi neto, entre la llamada izquierda iluminada y progre, aquella que tanto se lamenta de la muerte de inocentes fuera de su casa, pero que parece que le importa un pito cuando se trata de salvar la vida a una de sus conciudadanas, y el centro derecha, sostenido, como no podría ser de otra forma, por la jerarquía de la Iglesia Católica y la comunidad de los creyentes.
El gobierno italiano, presidido por Silvio Berlusconi, entre los mil errores que comete a diario, ha tenido, esta vez, la noble virtud de hacer valer su voz intentando, en todo lo posible y dentro de las normas que rigen la Constitución italiana, con un Decreto Ley, parar las manos que estaban matando a Eluana. El Decreto, como imponen las leyes italianas, debería ser contrafirmado por el Jefe del Estado y Presidente de la República, Giorgio Napolitano, que se ha negado a hacerlo. En una carrera contra el tiempo Berlusconi, y en esto hay que rendirle honores, ha tratado de que fuera aprobado por el Senado un borrador de Ley que impidiera el homicidio. No ha llegado a tiempo, la Administración es la Administración y la izquierda postcomunista, edulcorada bajo el nombre de Partido Democrático, es la izquierda heredera de aquella otra que en boca del actual Jefe de Estado y Presidente de la República, declaraba en el otoño de 1956, durante los dramáticos días la represión soviética en Budapest, que «que la intervención rusa en Hungría no sólo habia salvado a la nación eslava del caos, sino que había contribuído, de especial manera, a la paz del mundo».
Giorgio Napolitano, cuyos antecedentes de comunista de origen controlado habría que buscarlos en el 1942 cuando formaba parte de la GUF (Gioventù Universitaria Fascista) y que en 1953, subiéndose al carro del vencedor, ya formaba parte del Comité del Partido Comunista Italiano, durante su larga militancia marxista, del «padrecito Stalin, al que tanto cariño demostraron los afiliados al PCI, podía haber aprendido lo el zar del esclavizado proletariado soviético dijera una vez: la muerte de un hombre es una tragedia, un millón de muertos es sólo una estadística.
La muerte de Eluana es una tragedia, un tragedia italiana. Su cuerpo inerte será sometido a una minuciosa autopsia para comprobrar las causas exactas de su muerte. El padre de Eluana parace ser que se ha inventado aquel presunto deseo de su hija de rechazar, en el caso de que le sucediera un accidente, las curas y la alimentación forzada. Doble culpa, doble arrepentimiento cuyo peso deberáa soportar por el resto de sus días. Matar a la propia hija no forma parte de la historia ética de nuestra cultura. Ahora comienza el tiempo en el que las lágrimas de cocodrilo puedan desbordar la aguas del Tíber.
Javier Pérez Pellón