No cabía esperar más de cuanto ha dado de sí la V Cumbre de las Américas. Ha sido, bien que a escala hemisférica, lo mismo que lo ocurrido, previamente, con la apertura norteamericana en la liberalización de remesas de dólares y de número de viajeros y viajes entre Cuba y Estados Unidos. Sólo un paso, tanto en una ocasión como en la otra. Y un paso no es el camino pero sí su principio. Define una voluntad y acota un propósito. Hay corriente entre una y otra orilla. Que es mucho, aunque lo más importante está por hacer, por negociar y pactar.
Si el subsistema del chavismo no suscribió la declaración final de la Cumbre de Puerto España, al asumir como enteramente propia la postura castrista respecto de la condición de sus propios principios de soberanía nacional, la posición norteamericana vino a insistir en lo suyo: con presos políticos en Cuba, sin libertad de expresión y sin libertad de circulación política, no habrá levantamiento del embargo ni normalización suficiente de las relaciones entre Washington y La Habana.
En realidad, se trata de dos perspectivas complementarias de un solo y único problema. El problema del castrismo. Establecida únicamente la condición necesaria, aportada por la iniciativa del presidente Obama de desbloquear el statu quo con el que se encontró al asumir la presidencia, abierta la puerta, todo queda por hacer. En una orilla americana está, como paradigma, la democracia de las libertades y el sistema económico capitalista; en la otra, la democracia (¿) para la igualdad y el sistema socialista. Qué puentes quepa establecer entre uno y otro modelo es, de momento, el fondo de la cuestión. Transitar por los puentes que se levanten será tanto como actuar el cambio.
Para bien o para mal, el problema no estriba sólo en la dialéctica de las ideas, sino también en la de los hechos reales. Primordialmente, en las expectativas reales de vida del dictador cubano, que es tanto como la clave del arco del sistema comunista imperante en la isla. Mientras curse la vida de Fidel Castro, permanecerá el muro de contención ante todo fluido y cualquier cambio. De ahí que si Cuba no se mueve, tampoco se moverán las políticas agavilladas por el chavismo para seguir y continuar los signos castristas en la política interamericana.
En términos diríamos que polares, las cosas entre Washington y la «constelación roja» del hemisferio iberoamericano no se moverán, o se moverán muy poco, en el corto y en el medio plazo. Será por el pasillo de la izquierda templada que representa el presidente brasileño Lula por donde se hagan aportaciones a la transición y el cambio. Es decir, no desde la vertiente del botarate de Caracas por donde la situación progrese después de haber mejorado con las concesiones iniciales de la Casa Blanca, tras de los buenos oficios de los congresistas demócratas en su viaje a La Habana y en sus encuentros con los hermanos Castro.
Es tiempo de engrasar por la línea del pragmatismo y no de desafiar desenfadadamente, como hizo Chávez en la Cumbre de Puerto España, entregándole a Obama la ópera magna del tupamaro Galeano. Un exponente tan significado en el Cono Sur de las replicantes dictaduras militares durante los tiempos de la Guerra Fría. Éstos son otros.
José Javaloyes