sábado, octubre 12, 2024
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Amistad y energía

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Francia fue, durante mucho tiempo, el refugio de ETA. Como el terrorismo era el más sangrante de nuestros problemas, Francia era, en consecuencia, parte del problema. Además, no fue así sólo durante la dictadura de Franco, sino traspasado ya el Rubicón hacia la democracia. A Suárez le tocó padecer la insensibilidad en este tema de Giscard, a pesar de que el presidente francés había sido el primero en viajar a España tras la muerte del dictador para presentarse como una suerte de padrino de la Transición. Felipe González tampoco tuvo desde el principio el apoyo eficaz de Mitterrand hasta que España entró en la OTAN, que fue un punto de inflexión, como el propio ex presidente reconoció más tarde. La batalla contra el terrorismo precisaba, además de la solidaridad debida, que las autoridades francesas dejaran de considerar a ETA «un problema español» que podía acarrear, si se hacía lo que se debía, otros problemas en Francia. Poco a poco se ha ido fraguando el convencimiento de que el terrorismo es un problema de ambos países y que se combate por todos los medios legales con una buena cooperación y sin consideraciones particulares o de fronteras. Hoy, con Sarkozy, estamos en el mejor momento porque el presidente francés, en esta materia, ha unido acertadamente la eficacia con el convencimiento. No es sólo solidaridad, es también un objetivo de primer orden para su país.

Malo sería que este logro, que pertenece a una política de Estado en la que han estado claramente implicados todos sus antecesores, se pretendiera presentar ahora como una conquista de las dotes de seducción del presidente Rodríguez Zapatero con los líderes europeos. Hay que hacer la advertencia porque la política exterior del Gobierno está demasiado a menudo trufada de una propaganda barata según la cual el presidente español puede mediar entre Estados Unidos y Rusia, entre Europa y Oriente Próximo y entre Francia y sus territorios de ultramar si el asunto se tercia. Si la lucha antiterrorista es causa común, en otros temas Rodríguez Zapatero le debe agradecimiento, como en el empeño, ya antiguo y reiterado ayer, de que España esté presente en la próxima reunión del G-20, asunto que, además de su importancia intrínseca, es parte fundamental de la imagen construida por el Gobierno e incluso de las disculpas que se ponen para no adoptar en casa las reformas que se le exigen.

Ni es verdad que Sarkozy considere, como se ha parloteado tanto, poco inteligente a Rodríguez Zapatero, ni lo es que no pueda dar un paso sin él. El comentario del que se ha abusado era una ironía para comparar a quien había ganado dos elecciones sintonizando con algunas políticas de su mandato, con Jospin, tenido por tan inteligente, y que, tan distante de Sarkozy, no había sido capaz de estar en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Nada más. Pero la exigencia de la política europea española es conseguir (mediante la presencia, el prestigio, la negociación de intereses y la cooperación fructífera) que el presidente francés, sea el que sea, precise a nuestro país para dar alguno de esos pasos. Quizá así el tema energético podría haber tenido en esta cumbre el peso del terrorismo y los transportes ferroviarios. Todavía no es así.

Germán Yanke

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