sábado, octubre 12, 2024
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Crisis de dimensión, en casi todo

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Entre los perfiles que va manifestando la crisis sobresale la evidencia de que uno de sus componentes es el exceso de dimensión. Más allá de lo coyuntural, crece la sensación de que en todas partes sobra algo, fruto probable del entusiasmo instalado en la dilatada fase de crecimiento vivida años atrás. Superar los problemas, por tanto, pasa por una cura de adelgazamiento, más o menos rigurosa dependiendo de la particularidad.

Pocos lo están manifestando tan claramente como el sistema financiero. Varias entidades han aprovechado ya sus comparecencias al presentar resultados del primer trimestre para anunciar recortes en la red de oficinas. Otras han empezado a hacerlo o lo harán antes o después. Probablemente, reducir el número de sucursales venía siendo aconsejable desde hace tiempo, pero, como en tantas otras cosas, la bonanza económica maquillaba la necesidad. Ahora, sin embargo, bancos y cajas se topan con un estrechamiento de actividad, también de márgenes, que trastoca los costes de funcionamiento, perjudica los índices de rentabilidad y pone en evidencia excesos de densidad.

Nadie discute que el negocio irá a menos, tras más de una década de ir a más. La duda es si bastará con reducir la dimensión de unas u otras entidades o será ineludible un intenso proceso de concentración. Es decir, si además de existir redes sobredimensionadas de oficinas existe también un exceso de entidades, lo que conduciría irremediablemente a operaciones de fusión o adquisición; es la tesis, entre otros, del Banco de España en su condición de supervisor.

Lo que se percibe en el ámbito financiero es perceptible en la mayoría, por no decir el resto de actividades de la economía. Se fije la atención donde se fije, las conclusiones son parecidas, sólo varía el grado apreciable de perentoriedad. Por todas partes, en definitiva, se habla y planifica bajo criterios de reducción porque la dimensión del mercado, los estándares medios de la demanda, no dan para sostener todo lo que hay.

Se ha sostenido, en general, durante los tiempos esplendorosos que acaban de quedar atrás, caracterizados por unos niveles de consumo que la lógica indica tienen pocas probabilidades de volver. En cierta medida, la retracción actual del consumo deriva de eso: la acumulación de compras de los últimos años hace posible pasar dos o tres años no adquiriendo apenas nada sin que resulte perjudicado el estándar vital.

Todo eso, junto a otras cosas, conduce a tomar siquiera con grandes dosis de escepticismo las proclamas de que lo peor ha pasado o está en vías de empezar a mejorar. Sin duda, una parte del ajuste de dimensión ya está en marcha, puede que incluso se haya ultimado en algunos casos, pero sobran indicios de que restan negocios donde todavía está pendiente de comenzar. Será difícil, por tanto, que los próximos meses discurran de forma distinta a los que acaban de pasar.

No hay que olvidar, empero, la clara excepción del ámbito público. En él, la dimensión parece ser que no importa: es la que es, e incluso se permite ir a más aunque, como está ocurriendo ahora mismo, los ingresos caigan mes tras mes.

Enrique Badía

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