sábado, octubre 12, 2024
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De mártires y terror

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a la vista de la sanguina terrorista causada por suicidas que se asoma cada día a la pantalla de su televida, cómo es posible que esa madre tierna y cariñosa que aparece en el vídeo en el que anuncia su intención de inmolarse en nombre de su Dios, esa misma que sostiene en brazos al hijo recién nacido o la que sostiene de la mano junto a ella a sus pequeños descendientes, esa mujer, piadosa, paciente, sumisa y resignada, esa que a ojos occidentales vive rodeada de prohibiciones, discriminaciones flagrantes, exclusiones cotidianas y atada a un futuro tan pequeño que apenas rebasa los límites de la jornada. La que acarrea agua y cocina en el suelo para después esperar que hayan comido los hombres de su casa y comer ella, esa humilde y generosa hermana, hija, madre y esposa, esa, después de un proceso largo de preparación espiritual, no encuentre otro camino de ayudar a la salvación del género humano que rodearse el vientre fecundo de explosivos y, despedida de los seres queridos, camine hasta la puerta del mercado de donde salen otras exactamente igual a ella, aunque de distinta creencia islámica, y se haga estallar en el instante en que considere que puede causar el mayor daño posible, haciendo saltar por los aires milenios de cultura y convivencia social. Esa mujer que piensa podrá observar desde el edén sólo para mujeres, cómo su familia, amigos, conocidos, correligionarios y simpatizantes velan sus despojos entre el orgullo indescriptible de estar relacionados con la mártir. La sociedad civil se lo pregunta y se lo pregunta, pero no consigue encontrar la respuesta.

¿Y por qué no consigue encontrar la respuesta dentro de sí? ¿Es porque la desconoce? ¿Es porque la ha olvidado? Más bien esto último. El ser civil ha sustituido su trascendentalidad basada fundamentalmente en el sentimiento religioso, preocupado por salvar su alma, por su preocupación por los derechos y deberes, preocupado por aliviar y dignificar su tránsito vital. Si uno echa la mirada hacia atrás, podrá encontrar ejemplos en los que mirarse. Sin ir mas lejos, entre el siglo IV y el V, en la Iglesia cristiana africana, el obispo Agustín de Hipona nos cuenta sus relaciones con los donatistas y circunceliones, quienes denominaban a su propia Iglesia como «La Iglesia de los mártires». Dice Nicanor Gómez Villegas en el libro Cristianismo Marginado: «Sabemos, por otra parte, que los circunceliones aprovechaban las procesiones de asociaciones paganas, los iuvenes, para arrojarse en masa sobre sus venablos y de este modo obtener el anhelado martirio… Donatistas y circunceliones consideraban primordial en su manera de entender el cristianismo el culto de los mártires, llegando a un grado de fanatismo que muchas veces degeneraba en suicidio, incluso colectivo». Todos ellos, como se colige de la cita, pasaban a un santoral donde los méritos del martirio les colocaba como santos de primera o de segunda.

Los seres humanos inventamos la crueldad. Sólo nosotros la practicamos con asiduidad y fundamentalmente la empleamos contra nosotros mismos. Así fuimos, somos y me temo que seguiremos siendo. Puede que en nuestros genes de erectus venga escrito porque nos fascina de tal forma el terror, mientras, sólo queda conocer y comprender. Aquellos mártires citados provenían de los estratos sociales más desfavorecidos, igual que ahora.

Patxi Andión

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