sábado, octubre 12, 2024
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Ya no hay Pirineos

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Llegó, vio y fascinó. Sarkozy, en su visita de Estado a España, presentó dos facetas. Con Carla Bruni al lado se hizo acompañar admirativamente por un lujoso «florero», dicho sea con la mejor de las intenciones, exhibiendo así el vistoso acierto de su conyugal elección. En la cena oficial y en el Congreso de los Diputados recibió las expresiones de una gratitud por su política hacia España. Pero una gratitud que en nuestro Parlamento resultaba babeante, más allá de los límites de la cortesía diplomática y política. Una España oficial que parecía menesterosa halagó el chovinismo francés y pagó en moneda de deslumbramiento una visita que en el fondo responde al interés de nuestros vecinos geográficos y socios europeos, y no sólo al nuestro. Hagamos cuentas elementales y apreciaremos en qué medida y en cuántos capítulos los franceses se benefician de nosotros y no tanto a la recíproca. Cierto que ellos están contribuyendo eficazmente a la represión del terrorismo etarra, lo que el mundo abertzale califica como «el Guantánamo franco-español». Pero seguramente olvidamos que París ha visto al fin en qué proporción le conviene mantener a raya a una organización independentista que había hecho de Francia, sobre todo en el sur, algo que se llamó hasta hace poco «su santuario», pero también, dentro de las previsiones a plazo, un factor contaminante. Por su propia seguridad.

En otro orden de cosas, España sigue siendo para Francia un negocio. Los intercambios económico-comerciales nos sitúan en desventaja. Pasaron los tiempos de Giscard y Chirac, también los de un Miterrand hipocritón, y llegó al Elíseo Sarkozy para demostrar, como si sus antecesores no lo supieran, que las relaciones con España, sin dejar de ser rentables, eran incluso mejorables. Y es lo que nuestros políticos, con la vista puesta en ETA y sus tráficos fronterizos, agradecen por encima de los ritos normales.

Ahora el zapaterismo sueña con el apoyo francés para que el G-20 nos conceda hospitalidad de socio. Casi da por hecho, según las apariencias, que ese venturoso proceso llegue a producirse. Pero más allá de las palabras y de las promesas de respaldo, lo cierto es que económica e industrialmente España no tiene encaje en el G-8, y hasta es difícil que logre acceso cómodo, tal vez ni incómodo, al G-12 que integran los países de economía emergente de América Latina, Asia y África. Una contradicción más que posible si pensamos que España tiene plaza en el Consejo de Estabilidad Financiera con sede en Basilea. Puro espejismo.

A Sarkozy le ha costado muy poco trabajo pronunciar palabras amables, emitir conceptos halagadores. Todo gratis. Y ZP todavía sigue fascinado por el alquiler de silla que le hicieron en las cumbres de los poderosos, empezando por la de Washington, donde Bush le dijo «hola, ¿como estás?», y pare usted de contar. Un Washington donde luego Obama le ha sonreído, le ha honrado con apariencias afectuosas que nuestro presidente ha transformado automáticamente en certificado de garantía de amistad eterna. Algo que ahora, con su «amigos para siempre», Zapatero ha formulado dirigiéndose a Sarkozy.

El presidente francés, hombre dadivoso en gestos, y en palabras, claro, ha hablado en Madrid de «fraternidad de armas» ante la amenaza de ETA. ¿A que suena bien? Y además no le faltaron oportunidades, la principal desde la tribuna de oradores del Congreso, para impartir consejos y recomendaciones de buen gobierno. Recomendaciones que se extendieron al momento en que Zapatero tenga que ocupar, por corresponderle el turno protocolario e institucional, la presidencia de la Unión Europea. Para esa coyuntura, Sarkozy aconsejó a su huésped el cuidado de que «rechace la ingenuidad y acepte protegerse». ¿Seguirá creyendo que ZP es corto de luces?

En resumen, una lección de amistad que más parecía un improvisado cursillo de instrucciones prácticas. Hubo un tiempo en que un embajador español del siglo XVII aseveró que entre España y Francia «ya no hay Pirineos». Ahora faltó repetirlo.

Lorenzo Contreras

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