El apabullamiento del Barcelona al Madrid el sábado en el Bernabéu traerá mucha cola. Las repercusiones serán largas y profundas. El francés Le Monde titula: «El Barça abofetea al Real», la bofetada es, en efecto, sonora, la ha visto la mitad del globo, e impactante porque muestra llamativamente las innegables limitaciones del equipo blanco.
La primera consecuencia en la casa merengue es electoral. Mijatovic pulverizó antenoche su prestigio de la final contra la Juventus. Florentino, con sus rumoreadas promesas que acostumbra a convertir en realidades, ganará las elecciones «sin bajarse del autobús». Cualquier aficionado blanco se percata de que no es ya que hombre por hombre los jugadores merengues son casi en su totalidad inferiores a los del Barcelona, sino que para devolver al club su empaque hace falta no un crack sino tres o cuatro.
La segunda consecuencia es que esas figuras buscadas van a costar una fortuna porque en la noche del sábado subieron de precio. El Madrid los necesita ahora tan desesperadamente que tendrá que pagar lo que los avisados vendedores pidan.
La tercera es que el Barça puede perfectamente hacerse con los tres títulos en esta temporada, algo que, no me duelen prendas en admitir, se merece. Hoy está por encima de cualquiera.
La cuarta es que la noche del sábado puede marcar la fecha en que la marca «Barça» desplazó mundialmente a la del Real Madrid.. Hasta el día 2 la proximidad en el prestigio, en el nivel del conocimiento… de los aficionados mundiales, de los de Sudáfrica y Argentina, de los de Hungría e Indonesia, podía ser levemente favorable al Madrid. El resultado de 2-6, visto por medio globo, ha sido un punto de inflexión. El segundo tiempo, «casi humillante» en frase de The Guardian, habrá hecho miles de conversos para los culés. Las escamas cayeron de los ojos. En época de comparaciones fantasiosas -recordemos el peregrino y aprovechado intento electoral de identificar a Zapatero con Obama-, los aficionados del mundo habrán visto que igualar a Higuaín con Messi o a Gago con Xavi no se tiene en pie.
Inocencio Arias