viernes, octubre 11, 2024
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Demografía y alimentación: ¿El retorno de Malthus…?

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La elevación de los precios agrarios a escala mundial, muy atenuada transitoriamente, debido a la crisis económica iniciada en el verano del 2007, se debe a una triple causa. La primera, los aumentos de costes de combustibles, fertilizantes y otros insumos. La segunda, el fuerte crecimiento de la demanda de los países emergentes, sobre todo los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que aspiran, lógicamente, a comer más y mejor. Y por último, las expectativas, a pesar de lo reducido del volumen hasta ahora comprometido, de la demanda de recursos alimentarios (sobre todo cereales, azúcar y oleaginosas) para bioenergía, esto es, bioetanol, biodiesel, etc.

Los temores a una insuficiencia alimentaria son reiterativos. Así sucedió en la década de 1970, cuando el impulso demográfico era mucho más fuertes que ahora, comportando necesidades que hicieron presumir la eventualidad de hambrunas importantes a escala mundial (Ehrlich dixit). Sin embargo, no sucedió tal cosa, fundamentalmente, porque la llamada revolución verde, encabezada por el luego Premio Nobel de la Paz Norman Borlaug, permitió recrecer los rendimientos a gran velocidad. A base de nuevas semillas, mejores y más intensivos regadíos, agroquímica, etc.

Por lo demás, en la actual situación alimentaria, siempre difícil, debe subrayarse que los recursos aplicados por las economías familiares a alimentación, varían mucho según el nivel de desarrollo de los países. Así las cosas, en EEUU supone en torno al 10 por ciento del presupuesto familiar, en la UE-15 se sitúa en un 20, y en China llega hasta el 30. Pero en los países más pobres, como los subsaharianos, comer cada día -más bien poco y con mucha malnutrición-, se lleva el 65 por ciento del gasto de los hogares. Por tanto, si los precios suben, digamos un 30 por ciento, la repercusión en las economías de los ciudadanos en máxima penuria, se traduce en situaciones dramáticas.

Todo el cúmulo de circunstancias señaladas son las que han conducido a la FAO a plantear el aumento de la producción mundial en un 50 por ciento de aquí al 2030. Para cuando el planeta tenga 9.000 millones de habitantes, con la previsión adicional de crearse un Fondo Alimentario mundial que garantice que los altos precios internacionales no van a generar situaciones de penurias en los países menos desarrollados.

Ante semejante escenario, ¿qué puede hacerse? Muy sintéticamente intentaremos decirlo, tocando una serie de temas sobre los cuales la FAO no se ha pronunciado con suficiente claridad:

1. Es necesario frenar el crecimiento demográfico en los países menos desarrollados. De otra manera, con tasas medias de fecundidad todavía de seis y siete hijos por mujer en muchas partes de África, no podrá resolverse nada. Ni por mucha ayuda alimentaria que haya -tantas veces con consecuencias perversas de abandono de cultivos y dietas locales para adoptar pautas de alimentación modelo Nestlé-McDonald’s-, ni por la asistencia oficial al desarrollo (AOD); que no pasa de ser muy reducida, con un vergonzoso equivalente a la décima parte del gasto de los presupuestos militares de todo el mundo.

2. Además, la AOD, está plagada de toda clase de corrupciones en las que unos pocos pueden embolsarse la mayor parte de lo que va destinado a unos muchos. Como subrayó recientemente Benedicto XVI, quien sin embargo todavía no comprende -como tampoco lo hace Manos Unidas, la ONG internacional de Cáritas- que debe frenarse el crecimiento demográfico de forma razonable, con políticas de población adecuadas a cada situación.

3. Es preciso concienciar a la población, pues las dietas con mucha carne, además de ser perjudiciales para la salud, suponen un fuerte derroche de recursos. En esa dirección, recordemos que en promedio, con una hectárea cultivada de patatas pueden conseguirse tantas calorías como con cuatro de cereales, o veinte de forrajes y granos destinados a carne.

4. La bioenergía debe ser estudiada más a fondo, pues ha contribuido a aumentos de precios de forma muy considerable. De modo que sólo debería autorizarse en aquellos casos en que no se utilice superficie agraria útil dedicada a alimentos; restringiéndose, pues, a tipos de biomasa no alimentaria, como residuos forestales, algas marinas, cultivos de cardos en lo que ahora son eriales, etc.

5. Es necesario aumentar los rendimientos/ha. En vez de buscar nuevas áreas de cultivo, en vez de roturar espacios naturales y romper las últimas fronteras de los habitats de toda clase de especies en peligro de extinción. Por ello, debemos aspirar a una segunda revolución verde, con un alto componente de biotecnología. Extendiendo, naturalmente, los controles necesarios para una utilización sabia de los organismos genéticamente modificados.

6. La FAO debería convertirse en un organismo más efectivo, desde el punto de vista de la supervisión y la coordinación mundiales, a fin de priorizar los criterios más convenientes. Con mayor resolución y eficiencia, entre otras cosas porque hasta ahora se vio dominada por los principales países productores que velan por sus intereses productivistas y de interés comercial.

La sombra de Malthus siempre planea en alguna medida sobre determinadas áreas de la humanidad. Un Malthus que ya está en la Historia como uno de los grandes economistas, por dos razones al menos: su idea de la «lucha por la vida» que sirvió de apoyo a las teorías del evolucionismo de Darwin y Wallace. Y por la que yo llamo «segunda ley de Malthus»: la insuficiente capacidad del planeta Tierra para autorregenerarse de los impactos que le produce la sociedad humana; una idea a partir de la cual ha ido concibiéndose el concepto de sostenibilidad.

Pero todo eso no significa que Malthus tenga razón, y que nos hallemos condenados a la gran hambruna. Si racionalizamos nuestro comportamiento como seres humanos pensantes, haciendo honor a la denominación de nuestra especie como homo sapiens, las cosas podrían seguir un derrotero muy distinto.

En fin de cuentas, hay soluciones, si se adopta una visión global, y en esa dirección, lo que falta es un modus operandi, un ánimo de hacer las cosas y hacerlas bien. En vez de persistir en los intereses que imponen las grandes potencias agrarias en el universo mundo (EEUU, Canadá, Brasil, Argentina, Rusia y Australia), que necesita de una nueva filosofía global.

Ramón Tamames

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