viernes, octubre 4, 2024
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Jerusalén, apoteosis de la demolición

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Desde que Israel conquistó Cisjordania, casi veinte mil viviendas de ciudadanos palestinos fueron demolidas en Jerusalén Este en contra de todas las ordenanzas de Naciones Unidas y con la reiterada negativa de Estados Unidos y en general de la comunidad internacional. Esta ola de demoliciones continúa y parece haberse intensificado tras la llegada al poder de Benjamin Netanyahu y su Gobierno de ultraderecha.

La batalla que libran los antiguos habitantes palestinos de la ciudad y sus suburbios contra la municipalidad israelí no cesa, y cada día se intensifica desde 1967.

Las protestas de los palestinos ante la presencia de las excavadoras y la destrucción de cientos de casas parece no tener límite.

Todo indica que Netanyahu está dispuesto a seguir con el plan de demolición que se aplica sobre todo en el llamado sector C, más o menos el 60% de todo el territorio de la ciudad y sus alrededores, sometido a la jurisdicción civil y militar del Gobierno. Ni que decir tiene que todos los intentos por parte palestina de construir nuevas residencias han sido rechazados, entre otras razones, porque el laberinto burocrático que los peticionarios necesitan vencer para construir ex novo resulta prácticamente imposible de llevar a término.

Sesenta mil de los doscientos y pico mil palestinos eventualmente afectados por este plan de demolición podrían soportar el proceso de destrucción sin que la comunidad internacional pueda hacer gran cosa y frenar la demencia de la municipalidad de Jerusalén, cuyo objetivo consiste en expulsar manu militari a la inmensa mayoría de la población árabe.

Desde el 2009 la destrucción y derribo de las casas palestinas se ha repetido y todo indica también que Netanyahu y su Gobierno están utilizándolo como argumento político y electoral sin que los árabes de la ciudad puedan hacer mucho. Los habitantes árabes en su mayoría llevan allí varias decenas de años, pero eso no parece importarle mucho al Gobierno, que ya hizo saber que continuaría derribando edificios hasta que se le antoje.

Obviamente, este plan de demolición constituye un grave obstáculo para la paz que unos y otros buscan, entre otras razones por nada que pueda dificultar la conversión de Jerusalén en «capital eterna de Israel» vaya a ser tenida en cuenta. Esa ciudad abierta y mítica de las tres religiones con la que soñaron los más ingenuos dirigentes israelíes, árabes y cristianos constituye hoy día una quimera.

Hasta la ONU, que se opone radicalmente al plan de demolición, se muestra relativamente tolerante cuando afirma que los palestinos sólo podrán construir en el 13% de la ciudad. Un tercio cuya extensión ha sido ya ocupada por los nuevos colonos israelíes pese «a la violación de la legalidad internacional».

Si en el pasado este tipo de actuaciones contaba con la hostilidad de las autoridades municipales israelíes, en la actualidad la oposición tajante se ha terminado y Netanyahu no disimula su voluntad de seguir adelante con las excavadoras. Sólo una oposición tajante por parte de Estados Unidos o de la comunidad internacional podría en estos momentos moderar el afán destructor de los ocupantes.

Alberto Míguez

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