Después de una semana de euforia por distintas encuestas de institutos privados que le daban una diferencia de cuatro puntos sobre el Partido Socialista, el Partido Popular, que viene sosteniendo que el escándalo de la «operación Gürtel» y el caso del espionaje en la Comunidad de Madrid no le están pasando factura, ha recibido con sorpresa y también con preocupación la última encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) correspondiente al mes de marzo, que arroja un empate técnico entre los dos partidos, con una diferencia de ocho décimas a favor del PSOE.
Es verdad que en toda la serie de encuestas elaboradas por el CIS desde la llegada de Zapatero al poder, en el año 2004, ninguna encuesta le ha dado al actual presidente del Gobierno como perdedor, siempre su partido ha ido por delante del Partido Popular, aunque su popularidad ha ido disminuyendo conforme la crisis económica ha venido haciendo estragos en las grandes magnitudes, especialmente en lo que se refiere al desempleo.
En la última encuesta correspondiente al mes de marzo, realizada a mediados del mes de abril, después de la Semana Santa y valorando incluso el cambio de Gobierno realizado por Zapatero, recibido con cierta hostilidad, y con una muestra bastante significativa de 2.485 entrevistas realizadas en municipios de cuarenta y cinco provincias, una vez cocinado el voto directo más simpatía y teniendo en cuenta el llamado voto oculto, el Partido Socialista se sitúa de nuevo por delante del Partido Popular en unos porcentajes pequeños pero significativos: 40,8 por ciento el PSOE y 40 por ciento el Partido Popular.
Es decir, que el Partido Socialista sube un punto respecto a la encuesta del mes de enero y se sitúa tres puntos por debajo de lo conseguido en las elecciones generales del pasado mes de marzo. Por el contrario, el Partido Popular vuelve a repetir los mismos resultados que en las últimas generales, no mejora, aunque sí sube medio punto con respecto a la encuesta de hace tres meses.
Pero para el Partido Popular lo grave no es sólo ese empate técnico, sino que Mariano Rajoy, su líder, si sitúa en cuanto a valoración política en cuarto lugar de todos los dirigentes políticos (por detrás incluso de Rosa Díez, de Unión, Progreso y Democracia, y de Duran i Lleida, de Convergència i Unió) y que la oposición que está realizando él, y su partido, es rechazada por más de la mitad de los encuestados, al tiempo que hasta un 80 por ciento tiene poca o ninguna confianza en el líder de los populares.
Es verdad que las encuestas son simples fotos fijas de una situación política determinada, en la que intervienen muchos factores, pero sorprende que el Partido Popular, que está intentando presentar ante la opinión pública una imagen mucho más centrada en esta legislatura (y ahí está el acuerdo con los socialistas vascos para que un no nacionalista, Patxi López, se haya podido convertir en lehendakari en Euskadi), no esté recogiendo el desgaste que, inevitablemente, está sufriendo el Gobierno y el Partido Socialista por la crisis económica que, entre otras cosas, ya ha generado la dramática cifra de cuatro millones de desempleados y con perspectivas nada lejanas de convertirse en cinco.
Confiados en ese desgaste socialista, Rajoy y el Partido Popular tienen diseñada ya la campaña electoral de las próximas elecciones europeas del 7 de junio como unas primarias, como una primera vuelta de las generales que, según creen los populares, no tendrán más remedio que adelantarse.
Dudan que el Gobierno pueda aprobar los Presupuestos Generales del Estado para el año 2010 y dudan, sobre todo, que los socialistas puedan recomponer la soledad parlamentaria en la que se encuentran y que se visualizará en el debate sobre el estado de la nación que tendrá lugar la próxima semana.
José Oneto