Era lo que faltaba en la ruleta oriental de la pirueta atómica. Si un día eran iraníes de la disidencia frente a la autocracia establecida en su país, tras de la revolución del ayalolá Jomeini, quienes llevaban hasta Viena, sede de la Agencia Internacional de la Energía (AIEA), la denuncia de que el régimen islamista estaba metido de hoz y coz en un programa, ilegal y secreto, por los prohibidos arcanos de las Armas de Destrucción Masiva, han sido ahora los propios inspectores de la AIEA los que han detectado en el Egipto de Hosni Mubarak rastros de uranio enriquecido hasta un 20 por ciento, cuando el empleado para usos civiles de la energía de fisión necesitan sólo de una cuarta parte de ese nivel de enriquecimiento.
¿Significa ello que el más poderoso Estado árabe, aliado y económicamente becario de Washington, se encuentra embarcado en una aventura parecida a la de Irán, que es también Estado musulmán pero no árabe ni tampoco suní como el egipcio? Las autoridades de El Cairo, más molestas que convincentes, se han apresurado a desmentir tal cosa, atribuyendo el alarmista rastro del uranio enriquecido a la supuesta contaminación de alguno de los recipientes con que se trasiegan los materiales empleados en el equipo nuclear de que disponen.
La respuesta egipcia no parece suficiente para cubrir las exigencias derivadas del estado de mosqueo atómico en que se encuentra la comunidad internacional. Un estado de alarma cebado desde distintos puntos o resortes de activación. Desde las renuencias iraníes frente a lo que la AIEA exige, a los nuevos desafíos de Corea del Norte – respecto de lo cual se informa a estas horas de una inminente nueva prueba nuclear-, y a los consolidados temores de que los extremistas islámicos de Pakistán se pudieran apoderar del arsenal atómico del país. Una hipótesis cuya verosimilitud ha terminado por decidir la actual ofensiva del Ejército paquistaní contra los radicales por Al Qaeda que habían ocupado el valle de Buner, en las proximidades de Islamabad, capital del país.
En un contexto así es lo más probable que la AIEA, dirigida por el egipcio Mohamed Al Baradei, no encuentre satisfactorias las explicaciones recibidas desde El Cairo y que vuelva a la carga antes de que ese riesgo madurara y viniera a enredarse el Oriente Próximo y el Oriente Medio en un episodio de proliferación nuclear, solapado con el interés paralelo existente en el equipamiento de centrales nucleares, para la obtención de electricidad, por medio del uso civil de la energía de fisión. Cosa en la que aparecen interesadas, en primer lugar, las petromonarquías del Golfo Pérsico.
En cualquier caso, conviene recordar, cuando en 2004 saltó la liebre del programa secreto iraní, que el propio Gobierno egipcio alertó sobre los efectos potenciales de aquella novedad en ese espacio afroasiático. Tiene Egipto posiciones simétricamente opuestas a las persas en asuntos regionales como el del juego del pro iraní Hamás en el problema de Gaza, algo que ya calificó en su momento de injerencia de la República Islámica en las relaciones de Israel con los palestinos. ¿Respondería Egipto a la epidemia nuclear igual que ante la gripe porcina, con sus propias fórmulas? Veremos.
José Javaloyes