por los mecanismos representativos. Las cosas que se han ido inventando para representar las situaciones que trascienden los objetos pero que siguen atados a los mismos para poder comprenderse. La materialidad deja de ser palpable, pero sigue siendo visible. Las cosas de los hombres están atadas a la vida de manera irreductible. Nada enseña mejor la cotidianidad que las cosas cotidianas, las formas y volúmenes que nos arropan y abrigan en la lucha, día a día. Los ajuares que se desvelan de las culturas antiguas nos muestran de manera incontrovertida la vida de los seres que los usaron.
Desde el albor de los seres que hoy llamamos humanos, la preocupación tecnológica fue de la mano del desarrollo diario, de los utensilios y artilugios, de los vestidos y calzados, los cinturones y vasijas que iban desvelando una preocupación por el quehacer y su usabilidad. Cuando los desenterradores del valle de los reyes descubren una nueva clase de aguja, un vaso o un tenedor no conocido, un escalofrío tecnológico nos sacude como si un viento con el hielo del tiempo pasado nos atravesara las entendederas para cercarnos como pocas cosas a los momentos de vida de aquellas gentes que las usaron. Porque el asunto radica fundamentalmente ahí, en la usabilidad de las cosas, si los objetos no se usan, su función es cercenada y su objeto se minimiza, se esconde y se avergüenza casi. Porque los objetos se desarrollan para ser utilizados, de ahí que la visión de una cuchara elemental de madera desgastada, una navaja oxidada o un botijo con el pitorro roto tengan, sigan teniendo, en el fondo, capacidad para conmovernos.
Cuando los jóvenes se van a vivir solos, descubren la gran cantidad de carencias objetales de uso cotidiano que tienen y deben recurrir a la referencia familiar para reparar el desconocimiento. Antiguamente, las mujeres del campo iban componiendo un ajuar que no sólo constaba de sábanas bordadas, sino más bien del conjunto de objetos de uso que precisarían en su vida futura. Un generoso acopio de tecnología de vida que usándose y cuidándose eran la caja de herramientas precisa para la cotidianidad que no es otra cosa que la vida en sí misma.
El ser que vive precisa reunir el conjunto preciso de objetos de uso que dice de su existencia más que sus memorias. Las momias egipcias podrían haber escrito misa, pero lo que de verdad nos cuenta cómo vivían son los ajuares con los que fueron enterradas, de preciosos que eran, se buscó que no se separaran de ellos.
Algunos tenemos tal fascinación por la adquisición del último objeto útil, que tenemos la tendencia a dormir con él, al menos la primera noche. Un amigo mío se subió la vespa 125 al 5º dcha. Y aguantó como un tío los gritos de su santa. En realidad sólo volvía a representar el ritual de la iniciación de la lucha por la existencia, que comienza cuando se acepta la materialidad de ésta, su carácter físico, perturbable y perecedero. Ahí, el ajuar se convierte en el acopio de mayor enjundia posible. Lo que pasa es que nos creemos tanto que pensamos que el futuro es una casualidad.
Patxi Andión