Dos cosas se han evidenciado en esta visita del Papa Benedicto XVI a Tierra Santa. Que el Papa, como no podía ser de otra manera, defendiera, como ha hecho en Belén, el derecho de los palestinos a un Estado soberano sobre la tierra de sus mayores; una idea a la que se opone el actual Gobierno israelí de Benjamin Netanyahu, pero que apoyaba el Gabinete judío anterior. Y, como parecía inevitable, que al actual obispo de Roma se echara en cara lo que fue su paso por las juventudes hitlerianas.
Parece justo detenerse en este extremo. Y necesario pararse en las circunstancias de adhesión que determinaron esa pertenencia. La primera de todas, el periodo del régimen nazi en que el joven Ratzinger vistió una camisa parda. Un tiempo aquel del final de la guerra en el que la totalidad práctica de la juventud alemana fue movilizada por la presión ambiental, que no era la propia de una situación democrática, es decir, de aquella única circunstancia en que las adhesiones son libres y, normalmente, concurre la transparencia y la información suficiente sobre el conocimiento necesario.
La mayoría del pueblo alemán ignoraba la existencia de los campos de internamiento; lo ignoraba entonces y fue desconocido hasta tiempo después de terminada la II Guerra Mundial. Resultaba inconcebible que horror tan inmenso como el holocausto de los judíos hubiera sido posible y que el causante de ese horror fuera un régimen alemán. Los flecos de esa barbarie totalitaria, mientras la misma cursaba, incluía la más radical desinformación generada por la más poderosa máquina de propaganda que nunca se había conocido -salvado el caso del sistema estaliniano-, por sus efectos hacia adentro de la nación y por su proyección sobre el mundo.
¿Qué de particular podía haber, entonces, que un muchacho perteneciente a una familia acendradamente católica como la de los Ratzinger, en la que estaba muy presente también la virtud del patriotismo, se encuadrara en una organización juvenil y de carácter premilitar cuando la nación alemana se encontraba en guerra? Que se sepa, aquel muchacho no estuvo encuadrado en la rama juvenil de las SS, que era la primera línea del régimen hitleriano, sino en un genérico espacio premilitar y patriótico.
Así las cosas, todo el barullo que se ha montado en Israel con los nada polémicos «antecedentes juveniles» del Papa Benedicto XVI ha estado motivado por los medios políticos que, opuestos al camino emprendido por el Gobierno anterior en la negociación política para un Estado palestino, tenían suficiente noticia de cuál era la posición de la diplomacia vaticana.
Nada reprobable hubo utilizable como material arrojadizo contra el Papa, y sí mucho de turbio en el frente político de resistencia ante un posible Estado palestino. Un frente en el que se alinean con el Likud, partido de la derecha israelí que abandonó Livni, fuerzas políticas ultraortodoxas que dan algo más que sesgo integrista, de confusión y mezcla entre lo político y lo religioso. Algo que no distingue ente lo que corresponde a Dios y lo que se debe al César. Pero nada tan ajeno a la biografía de Ratzinger como ese lío de radicales, en el judaísmo y en el islamismo, coincidentes en el rechazo de la visita del Papa a Tierra Santa. Sólo faltaba que ahora Benedicto XVI condenara el muro divisorio.
José Javaloyes