Ha titulado el diario gubernamental El País que Zapatero «salió vivo del debate» sobre el estado de la nación que ayer concluyó en el Congreso de los Diputados. Semejante y generosa apreciación, hecha pública desde una empresa con problemas que podrían estar arreglándose en la Moncloa, no oculta la condición de moribundo de la política que adorna la entrada del presidente del Gobierno en el debate, con sus cuatro millones de parados a las espaldas, su particular saco de mentiras electorales y su chequera para la compra de voluntades, a sindicatos y minorías nacionalistas. Como la que ya se anuncian para el día 15 de julio con la financiación catalana, a fin de que el presidente no tenga que convocar elecciones anticipadas, como se lo pidió Rosa Díez en las postrimerías del debate, mientras Zapatero ignoraba la justa demanda como quien oye llover.
En realidad no hubo debate ni una concertación constructiva ante la crisis porque todos los actores estaban en campaña electoral. Y porque, a fin de cuentas, el debate lo tiene a diario el presidente con los ciudadanos y nada importa lo que diga o proponga la oposición porque suya es la iniciativa y la acción de un Gobierno que ha negado la crisis, que miente con insistencia y lamentable optimismo -ayer volvió a decir el presidente que «ha pasado lo peor de la crisis»-, y que está dedicado en cuerpo y alma a sobrevivir en la presidencia, como sea y al precio que sea, por supuesto pagado a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado.
Naturalmente, en un país donde el Gobierno y el PSOE dominan cerca del 70 por ciento de los grandes medios públicos y privados de comunicación, el ganador del debate siempre es Zapatero, pase lo que pase en el hemiciclo del Congreso. Un lugar donde la intervención de Zapatero fue penosa y desarbolada, digan lo que digan los publicistas ideológicos del presidente y el resto de los asimilados y extraídos del PP -que odian a Rajoy- como El Mundo y la COPE, que ya sabemos para quién trabajan, mientras le ponen bajo el escaño al líder del PP un poco de ese imaginario Titadyne del que tanto hablan. Sin embargo, esta vez no se apreció la euforia mediática de otras veces a la hora de cantar la victoria del patrón por parte de los medios oficialistas, lo que da una idea de lo mal que le salió el debate al presidente. En realidad, al buque insignia de la flota, El País, sólo le faltó añadir a su titular dos palabras, añadiendo al «salió vivo» lo de «en ambulancia».
Sin embargo, lo único cierto de todo esto es que la crisis sigue y avanza, que la cohesión nacional está resquebrajada -como se apreciará con nitidez el 15 de julio, cuando se desvele el pastel de la financiación catalana- y que el liderazgo de Zapatero está tocado y marcado por la temeridad y su alto nivel de incompetencia, sin que nadie en su partido se atreva a levantar la voz, si es que aún queda alguien con voz, talento y credibilidad (puede que sólo Rubalcaba) dentro del organigrama de poder de Zapatero. Un equipo de bajo perfil -a su nivel-, como se ve en los currículum, nula experiencia y erráticas trayectorias políticas de los «moratinos, bibianas, chacones, salgados, pepiños y pajines», estrellas del firmamento monclovita, donde Zapatero ocupa el lugar de la Osa Mayor, haciendo precisamente el oso, mientras España, como el agua, se le escapa entre las manos y se descuelga del tren europeo y occidental.
Resultó llamativo en el debate, por ejemplo, la irritación de Zapatero una vez que Rajoy le pidió la rectificación de la política económica al igual que había rectificado la política de negociación con ETA, y tuvo la desfachatez el presidente de aludir al nuevo Gobierno vasco, que existe gracias al PP. A Zapatero lo que más le molesta es que le recuerden sus errores y mentiras, y sobre todo sus sonadas rectificaciones. Por ejemplo, sobre lo que dijo sobre la crisis y sus previsiones del último año, lo de negociar políticamente con ETA, el trasvase del Ebro, lo del millón de los inmigrantes regularizados, el primer Estatuto catalán, lo de desenterrar las tumbas de la Guerra Civil, lo de la nación española «discutida y discutible», lo de Kosovo, etcétera.
De todo esto no escriben ni una línea los adoradores de El País, que siguen en el empeño de publicar, una y otra vez, el mismo reportaje de Fabra o Camps, a ver si con esos méritos en la Moncloa se ocupan de lo suyo. Por eso han dicho que Zapatero salió vivo del debate de la nación. Lo cual no es una buena noticia para nadie, ni siquiera para el PSOE. Queda, eso sí, el próximo test de las elecciones europeas, convertido en una prueba de fuego tanto para el Gobierno como para la oposición.
Pablo Sebastián