Había pasado el ardiente duelo con el líder de la oposición y Zapatero parecía desbordado. La apelación de Duran a asumir su responsabilidad la encajaba el presidente como si se tratara de una crítica a la sociedad: ¿Usted no cree que la sociedad quiere y trabaja por la cultura del esfuerzo? Pero Zapatero recogía las palabras del conservador británico. «Este combate lo vamos a ganar». Había comenzado su discurso hablando de unos vientos que se convirtieron en tempestad.
El presidente sacó de la chistera sus propuestas como si de una cesta de la compra se tratara: medidas para las pymes, mil euros para la compra de un coche (más otros mil de las industrias automovilísticas), 1.000 millones de recorte más en los gastos del Ejecutivo, el portátil para cada escolar, ayudas para el alquiler, etcétera. En tiempos de crisis, la multiplicación de los panes y los peces para incentivar la economía.
Pero, junto a ello, no ahorró un listado de logros de su Gobierno. Desde «los valores que venimos defendiendo desde el 2004 en política exterior», la llegada de «Obama», los éxitos antiterroristas -con elogio expreso a las FSE-, los incrementos en pensiones, salarios mínimos, becas, ayudas a la natalidad… «Son millones de jóvenes, ancianos, discapacitados, millones de familias» favorecidas. El relato autocomplaciente ha irritado a la oposición. No fue el mejor concepto, ante otros «millones» de parados.
Ni la píldora del día después -que ocupaba oportunamente las portadas de la jornada del debate del estado de la nación- ni las propuestas para desatascar el stock de vivienda, la reforma de la Justicia -la música sonaba bien- y la fecha para la financiación autonómica sirvieron para disolver el abismo con el PP. A este partido se le ha acusado de «utilizar» la crisis, «servirse» de ella, cuando niega la efectividad de sus propuestas.
Rajoy ha entrado duro tras el recreo del mediodía. Sus señorías socialistas habían salido sonrientes, tras el largo aplauso al presidente. Entre ellas, Jordi Sevilla, parecía aprobar a su alumno aventajado. Magdalena Álvarez buscaba el corto espacio del escalón al bajar del escaño, habituada a la bancada del Gobierno, y Bermejo salía solo, concentrado.
Más jacarandoso se mostraba Alfonso Guerra, fuera del ojo del huracán. Se le vio debatiendo con Solbes, muy desenvuelto, al término de la sesión. Y Ramón Jáuregui era rifado entre los minoritarios. Salía de la Cámara junto a Llamazares y se les unía Tardá, quien le colocó la mano sobre su hombro, mientras Madina se acercaba a los periodistas. Has de irte para que te quieran.
Al presidente se le veía afectado tras el duelo con Rajoy. Se le notaba en la pesada argumentación dirigida al convergente Duran.
«Mentiras» y «aprovechamientos»
Rajoy le había acusado de mentir sobre la crisis, pero era moneda corriente en los últimos debates. De mentir sobre el diagnóstico, y de no hablar claro ahora sobre las prioridades. De haber mentido antes de llegar al Gobierno y de hacerlo ahora «con amplificador»; y de despilfarrar como los nuevos ricos. De dejar un agujero para los que vengan detrás. Y ha tirado de hemeroteca: de las acusaciones de «antipatriotas» a quienes vaticinaban la crisis, y de no importarles los millones de parados.
La dureza del diagnóstico provocó las primeras protestas en las bancadas socialistas, que interrumpían su discurso. Bono ponía orden. «Dejen de reírse de sí mismos», clamaba Rajoy, mientras trataba de esbozar las «fantasías evasivas» del Gobierno. Más interrupciones y un nuevo ataque de Rajoy: «Ya sé que ustedes de esto no saben ni una palabra, pero hombre, podían callarse. Escuchen, que les vendrá bien».
Las propuestas del Gobierno eran, según el líder del PP, «cuatro gestos», «un refrito» de los cuatro planes presentados en un año: «Su Gobierno ha gastado más en esta crisis que todos los países del mundo salvo Arabia Saudí. No somos jeques árabes», replicaba Rajoy.
«El duodécimo plan»… Pero los murmullos seguían. «Si ustedes no saben leer, cómo van a enterarse de ellos. ¡Qué gente!», exclamaba al modo de la tropa de Romanones, en el punto álgido del debate. Sonsoles Espinosa y Esperanza Aguirre compartían palco, pero no emociones. Rajoy seguía: «Educación, sí, pero no un coladero«. Rajoy le había pedido también al presidente: «Rectifiquen, sí, como lo han hecho en política antiterrorista. Les va mucho mejor».
La réplica del presidente estaba escrita. «Usted no me puede dar lecciones. Usted sólo es maestro en en una cosa: en perder elecciones». Después descargó el resto de la munición: «Hemos pasado del España se rompe al España se hunde»; y «El Gobierno trata de derrotar la crisis y usted de aprovecharse de ella».
Pero el presidente no quiso encajar el golpe: «En vez de venir a la tribuna a ‘agitarme’ dígame qué propuestas de utilidad ha hecho». Esgrimía los síntomas de recuperación citados por personalidades europeas, «aunque les pese a algunos». La acusación al PP ha sido la clave del debate. «Impropia de un presidente», le espetaba después Rajoy. Luego le ha acusado al líder del PP de encubrir su planteamiento para abaratar el despido.
Rajoy arrugaba la nariz y gesticulaba, pero no había oído lo peor. «Me pregunto si no soy injusto con este hombre, que es una bendición para España», decía después. «¡Impresionante!», expresaba teatral. «No hay despido ni libre ni más barato que aquél que se cobra cada día 7.000 parados más», señalaba. Y también: «ha conseguido usted que nadie se compre un piso en España».
Zapatero elevó el ataque. Enérgico y enfadado, reprochaba a Rajoy su «utilización» del terrorismo, por su apelación a la rectificación. «En ningún momento en esta tribuna le he faltado el respeto. En ningún momento le he dicho lo que usted me dijo (en la pasada legislatura): que yo traicionaba a las víctimas». Zapatero volvía a resaltar el éxito de su Gobierno en materia antiterrorista. «Le insto a que no vuelva a hacerme una referencia a esta materia».
«Nada que ver con lo que planteó Mayor Oreja y Nicolás Redondo: nada que ver»
El presidente hacía mención a los «últimos datos positivos en el País Vasco» pero parecía cobrarse en sentido inverso el apoyo del PP al Gobierno de Patxi López. El juego de los equilibrios. A ello se empleó después con Erkoreka. Quiso dejar claro el presidente que el acuerdo en Euskadi «nada tiene que ver con la ‘antorcha’ que planteó Mayor Oreja y Nicolás Redondo: nada que ver». Ha hablado de situación «excepcional» y le ha dado explicaciones por el pacto, tras elogiar el comportamiento «impecable» del PNV en el llamado proceso de paz. No había querido el presidente responder a la retahíla de reproches del nacionalista ni a la acusación de «zafio». Por el contrario, se mostró muy comprensivo y paternal con Erkoreka: «Sé que es muy difícil (la situación) pero puedo asegurarle que los socialistas queremos que (el futuro) se abra de otra manera». A la espera, ha dicho, de lo hacia dónde se mueva el PNV. Queda dicho.
Chelo Aparicio