Patxi López acaba de admitir en El País que el entendimiento de su Gobierno con el PNV es posible. Uno diría que es probable, por no decir, un poco más acentuadamente, que es casi seguro. Entre otras razones porque el nuevo lehendakari carece de otras opciones que le permitan sacar adelante los compromisos de su Administración, a duras penas apuntalada por el PP de Basagoiti.
Naturalmente, Zapatero detrás. También él necesita del PNV y en general de los dos grandes nacionalismos peninsulares. España, por supuesto, no es un nacionalismo más. Es la nación, esa misma, valga recordarlo de nuevo, que el propio ZP consideró un concepto «discutido y discutible». Eso que no se olvide.
Zapatero, pues, necesita en este caso del PNV tanto o casi tanto como Patxi López de la formación que ahora lidera Iñigo Urkullu. El presidente del Gobierno central, el de la Moncloa, tendrá que aceptar que le aumente el precio de la factura nacionalista. Y nada digamos de Patxi López, sometido al plan de acoso y derribo que se urde contra él y su Gobierno en las diputaciones forales, que es precisamente donde el dinero del País Vasco, el dinero institucional, se controla. El llamado «frentismo» que se atribuye al entendimiento PSE-PP o Patxi López-Basagoiti tiene enfrente un mal enemigo, demasiado acostumbrado al poder como para renunciar a él por las buenas. Ni por las malas. López, claro está, intenta avenencias prácticas a trois, con Basagoiti como empréstito político por ahora indispensable, y con el PNV en el horizonte como comerciante de apoyos.
El PNV no sorprende a nadie. Treinta años de poder son muchos años. Este partido no es tal; es un movimiento como lo fue en México el PRI. Y como tal «priismo» a la vasca, conserva demasiados resortes en sus manos, empezando por el control de las diputaciones, como ya queda dicho, y siguiendo por los sectores empresariales, ese gran capital que se siente nacionalista y que acaba respirando por ese espíritu. Previo pago de su importe, claro, que también él sabe movilizar el talonario ajeno.
La izquierda abertzale, la que utiliza la dialéctica de las palabras, y no sólo de las pistolas, le ha querido tomar el pelo al portavoz parlamentario del PSE, José Antonio Pastor, después de que, tras la toma de posesión de López como lehendakari, llegó a sostener que «se ha cerrado la transición democrática en Euskadi y en toda España». Será difícil imponer este sentimiento de fe política. Y ello por más que Pastor anuncie que su jefe en Ajuria Enea se va a dedicar a combatir los problemas de Euskadi, incluyendo lógicamente el terrorismo etarra, «con dedicación absoluta».
Faltaría más. De dedicaciones absolutas, fracasadas absolutamente, está lleno el libro de la historia política en general. En lo que sí lleva toda la razón el portavoz del PSE es en la afirmación de que esta legislatura se presenta «apasionante», aunque resulte ser un reto difícil, según leemos que dijo, «a partir del minuto uno, nada más terminar este acto» (el de la toma de posesión). Sinceridad conmovedora.
A Patxi López se le va a sumar también en el pasivo de su libro de contabilidad política la actitud de la Ertzaintza, cuya cúpula, demasiado acostumbrada a los mimos de Ibarretxe y Balza, almacena ahora una nostalgia explosiva. Se ha comentado mucho que Urkullu no asistió al acto de toma de posesión del nuevo lehendakari. Y también se ha subrayado la carga de sus declaraciones a propósito del cambio de poder, en el sentido de que los nacionalistas no serán «cómplices» del acuerdo PSE-PP, aunque sin perder, cuidado, el sentido de la responsabilidad. Serán, por lo tanto, responsables «en la mdefensa de los intereses de Euskadi y de toda la ciudadanía vasca». ¿Toda ella? Por ahora atención a la advertencia de Urkullu: «Que nadie cometa ningún desmán en Euskadi». ¿Va eso contra el «frentismo» gobernante o también contra ETA? De momento, el líder del PNV recuerda que su formación tiene treinta parlamentarios y una presencia en «el resto de las instituciones». Buena e innecesaria memoria.
Lorenzo Contreras