viernes, octubre 4, 2024
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‘El Señorito de Barro’

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«Nadie recordaría al buen samaritano

Si sólo hubiera tenido buenas intenciones.

También tenía dinero.»

(Margaret Thatcher)

Cuando, en 1979, Margaret Thatcher se convirtió en inquilina del número 10 de Downing Street, en Londres, el Reino Unido comenzó un periodo de recuperación económica, política y moral sin precedentes posteriores a la II Gran Guerra. Recibió una triste herencia: un Estado resquebrajado y una nación en caída libre, y, en once años de Gobierno, consiguió unos niveles de regeneración de tal magnitud que, en buena medida, los ingleses de hoy continúan viviendo de sus rentas. Incluso con la merma que trae consigo la crisis global.

El thatcherismo se sustentaba en cuatro pilares fundamentales: liberalismo económico, valores conservadores, ética cristiana y occidentalismo a toda prueba. Ésas fueron las vías de fortaleza de su política y las mantuvo con tanta energía que ha pasado a la Historia como «La Dama de Hierro». En aquellos años ochenta, los de la ruina total del viejo y estéril comunismo soviético, el Papa Juan Pablo II, Ronald Reagan, Helmut Kohl y ella misma -cada cual a su modo y desde su responsabilidad- crearon un nuevo orden capaz de robustecer a todo Occidente y de impulsar una calidad de vida en su seno que ahora, con el riesgo de perderla, se valora con más justeza.

Si, por su obra, a la baronesa Thatcher la llamamos «La Dama de Hierro», parecería propio que, por la suya, definiéramos a José Luis Rodríguez Zapatero como «El Señorito de Barro».

El presidente del Gobierno, en su condición de líder del PSOE -es muy importante, para entenderle, saber qué gorro lleva puesto cuando habla-, acaba de anunciar que, «en las próximas semanas», pactará con los agentes sociales un nuevo modelo económico. Seguramente no se puede decir nada más hueco y temerario. Debe pensar tan liviano personaje que cambiar de modelo económico es como hacerlo de corbata. Que hay modelos económicos disponibles en los mostradores de los grandes almacenes. Y, peor todavía, que se puede cambiar de «modelo» en cháchara con la CEOE, CCOO y UGT, una patronal y unos sindicatos subvencionados -¿subordinados?- que en muy poco representan los intereses y la voluntad del común de los empleados y los empleadores españoles.

Aun teniendo en cuenta la endeblez de nuestro sistema representativo, puede afirmarse que cualquier medida económica fundamental, decisiva para la nación, que no nazca de la voluntad de un Gobierno y de su aprobación y perfeccionamiento en el Congreso de los Diputados, será, en el mejor de los casos, flor de un día.

No es de extrañar que la promesa de Zapatero, «un gran acuerdo con empresarios y sindicatos sobre educación, formación y protección social», fuera hecha en un mitin electoral, el escenario en el que el viento resulta más eficaz para hacer volar cualquier promesa. Tampoco era cosa de contarle a su auditorio en Albacete que, en Cataluña, la lista para el Parlamento Europeo que se somete a los votantes socialistas no incluye nombres como los de Magdalena Álvarez, Carmen Romero o Ramón Jáuregui. Se les presenta una lista falsa con nombres locales que ni una rotunda victoria conseguiría llevar a Bruselas y Estrasburgo por su lugar en la lista verdadera.

Alguien que es capaz de tal trapacería, falsificar una lista electoral cerrada y en circunscripción única para el engaño a unos votantes regionales, carece de toda fiabilidad. Hable de lo que hable. También el PSOE, su consentidora herramienta política. Es tal su poder en el partido que incluso un militante de probada seriedad, como Jáuregui, después de aceptar su «traslado forzoso» del Parlamento español al europeo, acepta esconderse en la versión catalana de las listas. Como si tuviera algo de que avergonzarse.

«El Señorito de Barro» ha preferido despreciar el modelo thatcherista de salvación nacional, incluso podándole de sus aristas más conservadoras, por otro de hojas cambiables, adaptable a cada día o a cada minuto. Lo que convierte en insuperable el problema es que tampoco el líder alternativo, Mariano Rajoy, parece tener muy claro el método Thatcher de actuación en casos de emergencia y gravedad.

Manuel Martín Ferrand

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