No soy enemigo del recuerdo, pero reconozco sentir cierto rechazo profesional por las fechas emblemáticas, esas que recuerdan determinados acontecimientos en aniversarios redondos: el primero, el quinto, el décimo… y así sucesivamente. Siempre para recordar de forma exhaustiva los mismos hechos, las mismas anécdotas, las mismas imágenes y con los mismos comentarios.
Cuando esto sucede, sólo se escribe para exaltar. Decía Marcel Proust que ciertos recuerdos son como amigos comunes: saben hacer reconciliaciones. Va a ser que no.
Estos días estamos siendo bombardeados, en prensa escrita, radio y televisión, por miles de comentarios, famosos y cortesanos, sobre los cinco años de matrimonio -mañana se cumple el quinto aniversario- de la polémica boda del Príncipe Felipe y la periodista Letizia Ortiz Rocasolano, de quienes parece interesar más la imagen que el trabajo que realizan.
Sorprende que esta misma prensa cortesana se haya olvidado de que el pasado 14 de mayo se cumplió el 14 aniversario de los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía. Ni una línea. Como si ya no existieran. Cierto es que 47 no es un número redondo, como el cinco.
A lo largo de la semana se han repetido hasta la saciedad las imágenes de la petición de mano, de la boda, con aquella surrealista foto oficial de una «feliz familia real» entre las que había un taxista y un barrendero; también del nacimiento de las hijas, de calendario, tan rubias y con los ojos tan azules en un país de niños morenos y ojos negros.
Muchos cuadernillos y programas especiales han destacado el esfuerzo de la joven por cumplir sus compromisos de servicio, de cómo compagina su vida laboral con la familiar, ocupándose del colegio de sus hijas, de levantarlas por la mañana y acostarlas por la noche y de su impronta de naturalidad y cercanía. Todo botafumeiro.
Nadie ha reconocido que, a lo largo de estos cinco años, ha habido, como en casi todas las relaciones, luces y sombras. Es como si Letizia hubiera nacido el 1 de noviembre del 2003 y no el 15 de septiembre de 1972.
«La Princesa ha cambiado, pero Doña Letizia, la persona, sigue siendo la misma», ha llegado a escribir una de las periodistas más cortesanas de España, quien, no satisfecha con esta babosa parida, recuerda que «la Princesa acudió a un comedor social de Madrid para conocer la dura realidad de las personas sin recursos o afectadas por la crisis». ¡Toma ya!
«La princesa sabe que no puede pedir más a la vida», se lee en un artículo especial sobre estos cinco años. Of course. Se trata de una de las pocas mujeres, en el mundo, que ha encontrado el Príncipe de cuento con el que sueñan todas las niñas.
A pesar de su esfuerzo por desempeñar bien su papel de consorte, muchos se preguntan: ¿Por qué no acaba de caer todo lo bien que la prensa escribe?
Posiblemente por su falta de humildad y de naturalidad, sólo parece vivir pendiente de su imagen física, hasta el extremo de haber recurrido a la cirugía estética para aparentar ser más guapa. Cuando ya lo era. Está tan obsesivamente preocupada por su físico, incluso en los momentos más oficiales y protocolarios, como en una reciente cena de gala en el Palacio Real, en la que fue sorprendida mirándose en uno de los grandes espejos cuando caminaba acompañando a los Reyes. La fotografía fue portada del Hola.
También se critica por el personal, que no por la prensa, su excesivo protagonismo.
Debería aprender de su suegra, de la Reina, cuando reconoce «mi vida es la vida del Rey. No tengo otra vida. Soy Reina porque me he casado con el Rey. Parece que estoy diciendo cosas obvias pero… es así. Si yo no fuese la mujer del Rey, la esposa del Rey, no tendría esa dimensión, no tendría este estatus. Yo no tengo un estatus propio. Mi estatus es consorte del Rey. El Rey es él».
En el caso de Letizia, la titular parece ser ella. El consorte… el Príncipe. Y no es así. Aunque hayan pasado cinco años.
Jaime Peñafiel