Las encuestas dicen que votará menos de la mitad del censo el próximo domingo (aunque los encuestados, muy correctos, declaran que piensan ir a votar) y que los populares van a ser los primeros en número de votos, es decir, que van a ganar. Los socialistas se quedan por detrás, que sea uno o cinco puntos por debajo es lo menos relevante. Tampoco esta elección es indicativa para las posteriores, por su propia naturaleza, por la coyuntura y por la previsible participación.
Tanto las pasadas europeas (junio del 2004) como las últimas municipales (junio del 2007) se resolvieron por diferencias mínimas que permitieron a los ganadores sacar pecho y proclamarse los más queridos por el pueblo y a los segundos justificarse por un cierto empate técnico que deja las posibilidades muy abiertas.
Ahora los socialistas aspiran al empate, conscientes de que sufren un severo desgaste por el ejercicio del poder (el mal ejercicio del poder) y por una crisis económica dura que es global y también local. Los populares pretenden una ventaja clara que justifique y avale una estrategia opositora dura, más aun que la anterior, para desgastar a sus adversarios tanto como para tener que adelantar las elecciones, como el ocurrió a Felipe Gonzalez en 1996.
Las campañas de ambos partidos son deplorables, alejadas de lo que se plantea a los electores, de cualquier proyecto europeo y ancladas en la captación de su electorado más leal, el que vota siempre pase lo que pase y sean quienes sean los miembros de las listas, y también el bloque de los que lo hace con la nariz tapada, por evitar males mayores.
Ni los dos candidatos (Mayor y Aguilar) ni los jefes de partido (Zapatero y Rajoy) han sido capaces de despegar del suelo ni de salir del ring del improperio recíproco, previsible, agotador, desmovilizador y deprimente. Éstas son horas muy bajas y sombrías para la política.
Algo semejante ocurre en los demás países europeos citados también a las urnas, donde se espera castigo a los partidos que gobiernan y crecimiento del voto de los grupos extremos y extravagantes. Este voto europeo les sale gratis a los electores, entre otras razones porque los políticos no han sido capaces de explicar el valor del Parlamento Europeo ni tampoco de resolver los problemas institucionales de la Unión Europea, que se encuentra en un estado de confusión y ambigüedad sin precedentes.
Ésta será una cita electoral que debería avergonzar a los participantes y animarles a una reflexión sobre la forma de hacer política. Pero no va a ocurrir, ellos están encantados de sí mismos, ganan o pierdan, para todo ello tendrán excusas y justificaciones.
Fernando González Urbaneja