Un Gobierno como el socialista de Rodríguez Zapatero en un país como el nuestro terminará descarrilando si no se modera, si no centra más sus medidas políticas, si no abandona el populismo peronista y si no se adecua a la cultura de razonabilidad que exige el pragmatismo de la gestión pública. España no digiere una conducción de la crisis basada en la proclama social -por otra parte, falsa- que no hace sino remitir los problemas a más adelante; la sociedad española no asume que determinadas leyes -como la del aborto- se salten a la torera la arraigada patria potestad de los padres en la minoría de edad de las hijas; la comunidad empresarial no entiende que la prórroga o cierre de una central nuclear dependa de un criterio ideológico y no de un diagnóstico técnico…, una sociedad como la española puede absorber un determinado número de «progresismos», pero no puede estar tragando agit-pro de manera constante, por muy elocuente que sea el lenguaje y muy telegénica la imagen presidenciales.
Como ocurriera en la larga trayectoria de Felipe González, el socialismo español es más fuerte en la medida en que es más socialdemócrata, más templado, más deslizado hacia la compostura de intereses y la integración de sensibilidades. No es tolerable que la izquierda española se permita el lujo de una serie de vídeos que denigran a la derecha democrática tildándola implícitamente de homófoba, xenófoba, confesional e insolidaria. Sencillamente, porque los electores no compran las desmesuras. No se las compraron al PP en su momento; y tampoco se las compran al Gobierno y al PSOE ahora. Los socialistas han de desandar el camino, recorrido a trote, de superioridad moral, de prepotencia, de falsa modernidad. El PSOE debe también -al igual que el PP- hacer su perestroika particular desplazándose hacia el centro en el que convergen las mayorías sociales y electorales de este país.
Cuando Rajoy, desde el balcón de la sede de su partido en la calle Génova de Madrid, apeló en la noche de 7-J al «Congreso de Valencia», lo hacía también a un nuevo estilo -moderado, centrista- que fue la etiqueta política que utilizó el propio Aznar con tan buenos resultados: el centrismo reformista. Así, todo lo que sea salir del perímetro de lo razonable, de lo asumible, de la templanza decisora, del avance acompasado a la sensibilidad social, de la percepción de eficacia y no de demagogia, será tanto como perder posibilidades de conservar el poder. Si Rodríguez Zapatero prueba a moderarse, a olvidar los tambores del progresismo de postureo, seguro que le va mejor. Las batallas se ganan no sólo por el número de efectivos y la potencia de las armas que se emplean, sino por el terreno en el que los generales eligen para librar las contiendas. Y el mejor espacio para la victoria es en el que los ciudadanos se sienten convocados por la integración de medidas y políticas que representan a las mayorías sociales.
José Antonio Zarzalejos